on las dos de la tarde en un frondoso bosque de la Laponia finlandesa. Unas veinte personas se abrazan de forma obsesiva y con las más curiosas posturas a los troncos de los árboles.
Llevan un dorsal con un número a la espalda, lo que indica que están participando en una competición. Los jueces van, libreta en mano, inspeccionando cada uno de los árboles abrazados, y apuntan su valoración.
Se trata del Campeonato Mundial de Abrazar Árboles, que se celebró el pasado mes de agosto en Finlandia, un evento que ya va por su quinta edición y que atrae cada año a los más fanáticos seguidores del movimiento de los abrazaárboles, una actividad encuadrada dentro de la doctrina woke del medioambientalismo e inspirada por una perversa corriente filosófica: el sentimentalismo.
En el mundo relativista, de verdades etéreas, donde se ha renunciado a la verdad en favor de la percepción, el sentimentalismo triunfa como filosofía de vida, principalmente en las sociedades occidentales.
Esta corriente filosófica permea hoy toda la realidad social, es particularmente perceptible en la cultura y, sobre todo, en la política.
El sentimentalismo filosófico inspiró de una manera brutal el contenido de la carta del 24 de abril de 2024 del presidente Pedro Sánchez en la que amenazaba con dimitir por el supuesto ataque mediático-judicial contra su mujer, investigada por corrupción en los negocios.
«Soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer», afirmaba el presidente en una carta cuyo mayor pecado fue causar un intolerable y generalizado ataque de vergüenza ajena en la población española.
Obviamente, hay más casos: basta con escuchar algún discurso de la vicepresidenta del gobierno Yolanda Díaz, o de la exministra de Igualdad Irene Montero (por poner dos ejemplos) para comprobar el alcance del sentimentalismo filosófico en un ámbito tan importante como es el de la política.
Este sentimentalismo filosófico tiene una serie de características fácilmente identificables y de corte completamente orwellianas y relativistas.
Victimismo
Una de dichas características es atribuirse como propio lo contrario de lo que defienden. Por ejemplo, los popes del sentimentalismo –políticos progresistas, intelectuales woke, profetas del catastrofismo medioambiental– reivindican con orgullo la defensa de la ciencia y la razón.
Sin embargo, el sentimentalismo filosófico es profundamente anticientífico e irracional, por la sencilla razón de que han renunciado a la verdad científica –el caso del aborto, donde se niega la naturaleza humana del feto humano para justificar el asesinato del no nacido, es un claro ejemplo– y a la evidencia.
El sentimentalismo filosófico se encuentra detrás de ideologías perversas y antihumanistas como la ideología woke y todas sus ramificaciones internas: el indigenismo, el medioambientalismo, la ideología LGBT, el igualitarismo, el feminismo radical, etcétera.
La sustitución de la razón por el sentimiento, la sustitución de la pregunta ¿Quién soy?, por ¿Cómo me siento?, constituyen la columna vertebral de la doctrina new age que, aunque parece que ha pasado de moda, sigue plenamente vigente y rige muchos de los preceptos las doctrinas liberticidas (medioambientalismo, druidismo-chamanismo, etcétera) que se tratan de imponer hoy bajo el paraguas de lo woke.
Otro rasgo del sentimentalismo filosófico es el victimismo. Uno es víctima porque se siente víctima, y ese sentirse víctima puede justificarse con los más peregrinos argumentos.
Uno puede sentirse víctima porque hace 500 años Boabdil entregó las llaves de Granada a Isabel la Católica. Otro puede sentirse víctima porque Mark Twain empleó la palabra «nigger» en Las aventuras de Tom Sawyer.
También los hay quienes se sienten víctimas porque en el colegio de su hijo hay pocos miembros de minorías étnicas, o porque en una película sobre la corte de Luis XVI todos los actores son blancos, o porque en la Universidad se enseñe a Shakespeare, autor de la muy antisemita obra de teatro El mercader de Venecia.
El sentimentalismo filosófico es libre (y liberticida) y no tiene fronteras. Por eso mismo es tan peligroso, ya que contiene en ella el germen de nuevas ideologías totalitarias, como la citada ideología woke y sus técnicas de cancelación.
Es también fácilmente identificable como rasgo inherente al sentimentalismo filosófico la infantilización de la persona. Según se deduce del sentimentalismo filosófico, el hombre (y la mujer, por si alguien se siente víctima del empleo del masculino genérico) es infantil por naturaleza, y hay que tratarlo como tal.
De ahí la infantilización de la sociedad que se percibe en las leyes y programas educativos, el descenso de los baremos de exigencia y esfuerzo en colegios y universidades, pero también en empleos profesionales.
La mediocridad de nuestros políticos, pero también de artistas y profesionales de los más diversos ámbitos… Son todo efectos atribuidos a la ideología woke imperante, pero detrás de ella se encuentra la filosofía del sentimentalismo.
El sentimentalismo filosófico es hija directa del nihilismo –la gran corriente filosófica que inspira el orden social de hoy y que propugna, precisamente, la destrucción de todos los pilares que sostienen la sociedad, empezando por la verdad, y sustituirlos por otros pilares fundados sobre la supremacía humana– y del existencialismo ateo.
De ese lugar vienen las ideas defendidas por Friedrich Nietzsche de la muerte de Dios o del superhombre. Si Dios ha muerto y el superhombre es la nueva razón de ser de todas las cosas, la verdad es la que dicte el superhombre, y por lo tanto, todo vale.
De ahí a la negación de la verdad hubo un paso, y de la negación de la verdad a su sustitución por el sentimiento, otro. Hasta llegar al momento actual, donde el pensamiento dominante propugna la destrucción de la fe y la razón.
Fe y razón que, después de mantener una absurda disputa secular, han quedado reducidas hoy a la práctica irrelevancia. Y una vez destruidas la fe y la razón, lo que queda sobre sus cenizas es el sentimentalismo.
El sentimentalismo filosófico no tiene teóricos identificables que la describan, asuman y promuevan. No tienen un René Descartes, un Immanuel Kant o un Friedrich Nietzsche, aunque filósofos como Herbert Marcuse, Jean-Paul Sartre o Jürgen Habermas ya apuntaron a principios que sostenían la libertad en la ausencia de una verdad última.
Muchos de los preceptos de la filosofía del sentimentalismo aparecen recogidos, sin embargo, en la falsa teoría queer: una supuesta teoría filosófica articulada por filósofos de dudoso prestigio como la estadounidense Judith Butler que pretende dar cuerpo teórico a varios preceptos de la ideología woke y su agenda LGBT, pero que no son más que un artificio, por desgracia ampliamente aceptado en las sociedades occidentales.
Los abrazaárboles
Este sentimentalismo filosófico se encuentra detrás de algunas de las prácticas más rocambolescas de nuestro tiempo que definen bien la deriva de la época postmoderna y de la postcivilización. La moda de los abrazaárboles es una de ellas.
La práctica, surgida en los años 80 del siglo XX, ha encontrado un caldo de cultivo idóneo en la sociedad woke y sentimental hoy imperante.
La actividad consiste en abrazar durante varios minutos el tronco de un árbol para que el bosque transmita su energía a la persona.
Esta práctica de rasgos claramente idólatras y propia del druidismo de la doctrina new age se va generalizando: además de los citados campeonatos mundiales de abrazar árboles, en Islandia lo recomendaron a la población para paliar los efectos del aislacionismo durante la pandemia de coronavirus, y en Cantabria ha puesto en riesgo un bosque de secuoyas debido a la erosión en los troncos y raíces por tanto abrazo.
Abrazar árboles se presenta como paliativo frente a los efectos del individualismo extremo, el materialismo y la soledad consecuencia de la puesta en práctica de la ideología woke.
En definitiva, no existen palabras para describir la desolación que puede causar en las pocas personas que siguen funcionado de acuerdo con la razón la imagen de siete personas abrazando el tronco de un árbol durante quince minutos.
Sin embargo, esta práctica, como se ha visto, es de lo menos perverso que puede salir del sentimentalismo, una filosofía que, en última instancia, puede justificar hasta la instauración de un régimen de terror.