La devoción al santo penitente de Belén crece y se extiende en los siglos XIV y XV; antes que los humanistas lo mirasen como a su santo predilecto por la erudición, ciencia escriturística y elocuencia ciceroniana de sus escritos, los monjes de tendencia eremítica lo habían escogido por modelo. Son muchas las congregaciones religiosas que toman su nombre. Basta recordar a los Jerónimos españoles, de Pedro Fernández Pecha; a los Ermitaños de San Jerónimo, de Pedro de Pisa; a los Jeronimianos de Lombardía, etc. Nosotros nos centraremos en los primeros.
A mediados del siglo XIV llegaron a las montañas de Toledo unos anacoretas que eran discípulos de un ermitaño de Siena llamado Tomás Succio.
El principal de ellos se decía Hermano Vasco.
Los disturbios que hubo en Castilla en el reinado de Pedro el Cruel, fueron la causa de que el camarero mayor del rey, D. Pedro Fernández Pecha, con su amigo D. Fernando Yáñez de Figueroa, canónigo de Toledo y capellán real, se retirasen al desierto, al lado de aquellos anacoretas.
Ellos fueron las primeras piedras de una congregación en la que entraron muchos ermitaños diseminados por diversos lugares.
A ellos se les agregó Alonso Fernández Pecha, hermano de Pedro y obispo dimisionario de Jaén.
Favorecidos por el arzobispo de Toledo, que les dio la iglesia de Lupiana, vivían con gran fervor dedicados a la oración. Pedro Fernández Pecha se dirigió a la curia de Aviñón para pedir la aprobación pontificia de la nueva de la nueva fundación. Se la dio Gregorio XI en 1373, nombrándole prior y le mandó aceptar la Regla de San Agustín.
Al principio llevaban vida contemplativa. Después abrazarían los ministerios apostólicos y el estudio.
Con el favor de los reyes, pronto se multiplicaron los conventos en Castilla, Aragón y Portugal.
Deseando estrechar la unión entre los conventos, se dirigieron a Benedicto XIII, pidiendo los reuniese en Orden unitaria con un gobierno central. El primer prior general sería Fr. Diego de Alarcón, y fue elegido en el monasterio de Guadalupe.
Desde 1375 existía también la segunda orden Jerónima, bajo la dirección de María García de Toledo, hija espiritual de Pedro Fernández Pecha.
Se les llamaría con el tiempo los “Mínimos”. Se alimentaban de frutas y legumbres, con prohibición de tomar carne, huevos, leche y sus derivados ni siquiera en Pascua, como se les prohíbe tocar la moneda, recibir grados académicos, etc.
Los superiores se llaman “correctores”.
Para significar que todo ese rigor debe ir animado por el amor, su lema es la palabra Charitas en un nimbo llameante.