Esta fiesta de origen jerosolimitana.
Estaba relacionada con el descubrimiento (inventio, o hallazgo) de la Santa Cruz hacia mitad del siglo IV por parte de la emperatriz Santa Elena (320), madre del emperador Constantino, y con la Dedicación de la Basílica del Santo Sepulcro, lugar en el que se guardaría tan preciada reliquia y que sería consagrado para el culto un 14 de septiembre.
En el antiguo Calendario Romano se celebró el Misterio de la Cruz en dos ocasiones, pues: el 3 de mayo (la Inventio), y el 14 de septiembre (la Exaltación); en España, a mayores, se celebraba la del “Triunfo de la Santa Cruz”, en conmemoración de la victoria de Alfonso VIII contra los musulmanes en las Navas de Tolosa en 1212.
Desde el siglo VII se la conoce con esta denominación “Exaltación”, después de ser recuperada por el emperador Heraclio al vencer al rey de Persia (628), Cosroes, que previamente la había robado de Jerusalén (614) y la había puesto en su trono bajo sus pies en señal de desprecio hacia el cristianismo. Y un 14 de septiembre, volvería a la Ciudad Santa. Heraclio la conservaría en Constantinopla hasta el 630.
A partir del siglo VIII, la fiesta se extiende en Occidente. El papa Sergio I debió admitir la reliquia en Roma. Otras muchas reliquias irían llegando a numerosas iglesias de la incipiente Cristiandad.
En ese momento se mostraba el trozo de la “Vera” Cruz que se había traído a Roma, costumbre que perduró hasta el siglo XIII.
En este día, el 14, el Papa y los cardenales debían ir al oratorio de San Lorenzo y sacar el sagrado Leño y llevarlo en procesión hasta el oratorio de San Silvestre cantando el “Te Deum”. Allí tendría lugar la adoración de esta reliquia de la Pasión del Señor. Después de la adoración, irían hacia la Basílica de San Juan de Letrán, donde se celebraría la Misa.
Es una fiesta del Señor de origen histórico, con contenido teológico: la contemplación de Cristo exaltado en el árbol de la Cruz, madero de infamia que se ha convertido en emblema de amor redentor y en insignia del cristiano.