- San ADRIANO, mártir. Nicomedia. (s. inc.).
- Santos FAUSTO, DIÓN y AMONIO, presbíteros y mártires. Alejandría de Egipto. Recibieron la corona martirial juntamente con San Pedro, obispo, en la persecución de Diocleciano. (311).
- San ISAAC, obispo. Bagrevand, Armenia. Para fomentar la vida cristiana, tradujo al idioma armenio la Sagrada Escritura y la Liturgia, se adhirió a la fe de Éfeso, y fue expulsado de su obispado. Murió en el destierro. (438).
- San SERGIO I, papa. Roma. Oriundo de Siria. Trabajó en favor de la evangelización de Sajonia y de Frisia, y buscando el arreglo de disensiones y litigios, prefirió la muerte a consentir errores. (701).
- San CORBINIANO, obispo. Frisinga, Baviera. Obtuvo frutos abundantes evangelizando a los habitantes de Baviera. (725).
- San PEDRO de CHAVANON, presbítero. Puy-en-Vélay. Aspirando a una vida más perfecta se retiró a este lugar, donde construyó y presidió un cenobio de canónigos regulares. (1080).
- Beata SERAFINA SFORZA, viuda. Pesaro, Las Marcas. Después de sufrir muchas adversidades conyugales, tras quedar viuda pasó humildemente los últimos años de su vida bajo la Regla de Santa Clara. (1478).
- Beatos TOMÁS PALASER, presbítero, y JUAN NORTON y JUAN TALBOT, mártires. Durham, Inglaterra. Condenados a muerte bajo el reino de Isabel I, el primero por regresar a Inglaterra como sacerdote, y los otros por protegerle. (1600).
- Beatos ANTONIO de SAN BUENAVENTURA, DOMINGO CASTELLET, presbítero y mártires, y VEINTE COMPAÑEROS. Nagasaki. El primero franciscano, y el segundo dominico. El resto laicos, incluidos niños. Martirizados por su fe. (1628).
- Beato FEDERICO OZANAM. Marsella. Padre y esposo. Hombre erudito y piadoso. Defendió y propugnó las verdades de fe, prestó asidua caridad a los pobres y, como excelente padre de familia, hizo de su hogar una iglesia doméstica. (1853).
- Beatos JOSÉ CECILIO RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, TEODOMIRO JOAQUÍN SÁINZ SÁINZ, y EVENCIO RICARDO URJURRA, religiosos y mártires. Almería. Escolapios. Por odio a la fe. (1936).
- Beato MARINO BLANES GINER, padre y mártir. Alcoy. Mártir por odio a la fe. (1936).
- Beato PASCUAL FORTUÑO ALMELA, presbítero y mártir. Castellón. Franciscano. Mártir por odio a la fe. (1936).
- Beatas JOSEFA de SAN JUAN de DIOS RUANO GARCÍA y MARÍA DOLORES de SANTA EULALIA PUIG BONANY, vírgenes y mártires. Valencia. Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Martirizadas por odio a la fe. (1936).
- Beato ADÁN BARAGIELSKI, presbítero y mártir. Dachau. Por salvar a su párroco se entregó a los enemigos de la fe, y tras sufrir una cruel cárcel, falleció martirizado. (1942).
- Beato LADISLADO BLADZINSKI, presbítero y mártir. Silesia. Congregación de San Miguel. Deportado desde Polonia, su patria, murió en trabajos forzados en canteras de piedra, donde fue asesinado. (1944).
Hoy recordamos especialmente al Beato ISMAEL ESCRIHUELA ESTEVE
Nació en 1902 en Tavernes de Valdigna en familia humilde muy cristiana. Estudió con los Hermanos de la Doctrina Cristiana y ya desde niño acompañaba a su padre en el rezo público nocturno del Rosario por las calles del pueblo.
Comulgaba cada día, y como Adorador Nocturno se trasladaba en bicicleta cada mes a Gandía, y a su término, por la mañanita, emprendía su jornada ordinaria de trabajo. Los domingos impartía catequesis a los niños.
Reclutó a otros jóvenes para que durante el carnaval y a las horas de los bailes y desenfrenos hicieran vela ante el Santísimo como desagravio. Llevaba en la solapa un pequeño Crucifijo, por lo que era objeto de burlas y chacotas, llamándole ―el soldadito de Cristo».
Casó con Josefa Grau y tuvo tres hijos: Ismael, Josefa y José.
Le detuvieron el 21 de julio y le tuvieron preso en el calabozo del Ayuntamiento del pueblo. Para intentar corromperle le mostraron unas fotos obscenas, pero sin mirarlas las rasgó ante todos.
Estando detenido en Tavernes, contó a su compañero de prisión P. Ramón Cuñat, O.M.C. la amenaza de que fue objeto durante una discusión habida con un librepensador de la localidad, y por consejo del religioso, escribió lo siguiente:
El escrito de su puño y letras, aquí reproducido, se conserva como prueba de que su muerte no fue ocasionada por enconos políticos sino por su catolicismo.
Fue trasladado al Penal de San Miguel de los Reyes en Valencia, donde con el P. José Ramón, organizó unas procesiones clandestinas con el Santísimo.
Su esposa procuraba visitarlo superando mil dificultades, y al despedirse de ella por última vez, le dijo: ―No padezcas más, en la Gloria nos veremos».
El 8 de septiembre de 1936 le sacaron del Penal de San Miguel de los Reyes junto a 8 presos más, y por orden escrita del Comité Ejecutivo de Salud Pública fue entregado a un agente especial. El día 9 fue visto su cadáver con los de 8 más en el Picadero de Paterna.
En el Almanaque de Las Provincias de Valencia de 1940, apareció un artículo de Vicente Cardona sobre los asesinatos de El Picadero de Paterna en 1936, del que extractamos los datos siguientes:
En los primeros días de agosto de 1936 comenzaron a verse en las carreteras que conducen a Paterna, a una veintena de Km. De Valencia, los primeros cadáveres. Primero, siete. Al día siguiente, doce. Más tarde, quince, y veinte y treinta. Y así progresivamente.
Con camiones eran llevadas decenas y decenas de personas que eran lanzadas rudamente al suelo y cazadas a tiros junto a las Galerías de Tiro y el ―Terrer».
Cuando esto no ofrecía las debidas garantías de seguridad, por tratarse de campos abiertos de donde los presos intentaban escapar, se pensó en el Picadero, local cerrado por tapias, dominado desde los alrededores del Cuartel, con el que sólo le separaban escasos metros de distancia, situado en la parte derecha de la carretera de Valencia a Paterna, en una pequeña hondonada, lo que permitía presenciar tan execrable espectáculo. ¡Picadero! Matadero llamaban todos.
Los días en que se anunciaba de antemano la hora de llegada de camiones con ―fascistas para despachar‖, acudía numeroso público a presenciar el espectáculo. Había quien se llevaba la comida o la cena envuelta, con el fin de no abandonar el buen sitio cogido. Cuando se percibía cercano el motor de los coches, un murmullo brotaba del gentío -Ya están ahí. Se acercaba el camión –o los camiones—hasta la puerta del Picadero, y hacían saltar a los sentenciados. Los que iban a morir, entraban lentamente. Algunos, débiles en extremo, extenuados por un trato brutal, apenas tenían fuerzas para andar.
En el fondo del recinto se colocaban los ejecutores, cubiertos con capuchas para no ser reconocidos, sosteniendo en sus manos fusiles ametralladores, que, a una orden, disparaban sus ráfagas que hacían caer abatidas a las filas de víctimas. Día de veinte muertos, era día anormal, por ser pocos. La cifra llegó a cien, doscientos y hasta a trescientos diarios. A partir de enero de 1937 y por imposición de los alumnos de la Escuela Popular de guerra de Paterna, el número se fue reduciendo y los asesinatos iban precedidos de una falsa aureola de legalidad para anular su conciencia.