- Santos FÉLIX y ADAUCTO, mártires. Roma. (304).
- SESENTA SANTOS MÁRTIRES, Colonia Sufetana y África Bizacena. Murieron a manos de los enfurecidos gentiles por haber destruido una estatua de Mercurio. (399).
- San PAMMAQUIO, senador. Roma. Insigne por su celo en la fe y por su generosidad hacia los pobres, a cuya piedad hacia Dios se debe la construcción de la basílica que recibe su título en el nombre Celio. (410).
- San AGILO, abad. Meaux. Primer abad del monasterio de Rebais. (650).
- San FIACRIO, eremita. Breuil. Oriundo de Irlanda, llevó una vida solitaria. (670).
- San FANTINO, el “joven”. Eremita. Tesalónica. Se consumió por Cristo con vigilias y fatigas. (s. X).
- San BONONIO, abad. Lucedio. Llevó una vida eremítica, primero en Egipto y después en el monte Sinaí. (1026).
- San PEDRO. Trevi, Lacio. Pese a ser analfabeto, cultivó en la soledad la sapiencia del Evangelio. (1050).
- Santa MARGARITA WARD, mártir. Londres. Fue condenada a muerte por haber ayudado a un sacerdote, sentencia que acogió de buen grado y que se cumplió al ser ahorcada. Junto a ella fueron ahorcados otros seglares por ayudar a sacerdotes, y un presbítero. (1586).
- Beata MARÍA RÁFOLS, virgen. Zaragoza. Cerca del hospital de esta ciudad fundó la Congregación de Hermanas de la Caridad de Santa Ana y la dirigió con fortaleza de ánimo por entre muchas dificultades. (1853).
- Beatos DIEGO VENTAJA MILÁN y MANUEL MEDINA OLMOS, obispos y mártires. Almería y Guadix. Encarcelados, soportaron con paciencia y resignación insultos y vejaciones hasta recibir de noche un cruel final. (1936).
- Beato JOAQUÍN FERRER ADELL, presbítero y mártir. Castellón. Capuchino. Martirizado por odio a la fe. (1936).
- Beato VICENTE GABANES BADENAS, presbítero y mártir. Bilbao. Terciario capuchino. Asesinado por odio a la fe. (1936).
- Beato ALFREDO ILDEFONSO SCHUSTER, obispo. Varese, Italia. De abad de San Pablo de Roma fue elevado a la sede episcopal de Milán, donde con gran solicitud y diligencia desempeñó, con admirable sabiduría y doctrina, su ministerio de pastor para el bien de su pueblo. (1954).
Hoy recordamos especialmente al Beato JUAN GIOVENALE ANCINA
Era un brillante médico, filósofo y músico, que llegó a la ciudad de Roma en 1574, como miembro de la embajada del Principado de Saboya ante el Papa Gregorio XIII. Estando en la ciudad asistió a las reuniones conocidas como “Oratorio”.
El joven médico, que había estudiado en Montpellier, Padua, Mondovi y Turín, había buscado saber qué quería Dios de él, y encontró hacia 1576, en los ejercicios del Oratorio, con la guía espiritual del sexagenario Padre Felipe que encabezaba una comunidad de sacerdotes entre los cuales estaban César Baronio y Francisco María Tarugi.
Aunque Juvenal buscaba la soledad y la oración al estilo de los monjes cartujos, el Padre Felipe lo orientó para el sacerdocio y se ordenó presbítero del Oratorio a los treinta y siete años de edad. Como médico atendió al Padre Felipe –como escribió en una carta a su hermana Mateo- en 1581: “El Padre Felipe está enfermo, y esta noche hice guardia en san Jerónimo…” (Proc. IV, 178,89).
Se dedicó con arrojo apostólico a la Confesión, acogiendo a los penitentes con la caridad de Cristo, sin distinciones, a cualquier hora, sacrificando incluso su salud. Sabía leer en los corazones y atraer a los jóvenes a los sacramentos, motivándolos a pensar en la brevedad de la vida.
Cuatro años después de su ordenación sacerdotal (1582), fue enviado a la ciudad de Nápoles con el Padre Tarugi a la nueva y recién fundada Congregación, donde por diez años mantuvo un apostolado intenso entre la cultura y la vida espiritual con quienes acudían al Oratorio, organizando la caridad para los enfermos en los hospitales, proveyendo de alimento, ropa, asistencia y consuelo, a través de agrupaciones de laicos profesores, estudiantes, comerciantes y artistas. En una carta dirigida al P. Felipe en 1590, desde Nápoles, se despide: Di Vostra revernetia indigno figliolo e servo disutile (Proc. IV, 229).
“Preciosa fue su obra de corrector de los Annales de Baronio, al cual sirvió egregiamente con toda su curiosidad y hasta solicitud pedante en el aquilatar y cincelar términos lexicológicos y construidos, hasta impacientar al insigne historiador” (Cistellini, A. en Il Dialogo della giogia cristiana, Introducción, p. XXXI). Baronio se referirá a él, en una carta al P. Talpa en 1590: sin embargo, a las correcciones de otros, él prefería siempre aquellas “del severo padre Giovenale” (Ibíd.., nota 56).
Durante su estancia en Nápoles de 1586 a 1596, fundó el “Oratorio de los Príncipes” para promover formas de solidaridad de las clases sociales más elevadas –preocupadas más por lo aparente-, organizando conferencias teológicas, filosóficas y científicas, representaciones teatrales y musicales, con el estilo familiar y sencillo del Oratorio de Roma.
Es de esta época su composición musical Tempio armonico della Beatísima Vergine, en el que expresa su amor intenso, tierno y filial a la Madre de Dios, unido a su formación humanística y a su vocación oratoriana de evangelizar por la cultura.
Su trabajo apostólico llamó la atención del entonces Papa Clemente VIII (1592-1605), que se propuso en 1596, nombrarlo obispo, dicha noticia movió al P. Juvenal Ancina a revisar su vida y decidió huir de tal nombramiento.
Finalmente, por segunda ocasión, en 1602, el Papa le pidió que aceptara para bien de la Iglesia, y fue consagrado obispo de Saluzzo, Italia, que no tenía pastor desde hacía cinco años, y los católicos vivían en medio de tensiones con comunidades protestantes y grupos heréticos de la época.
Reflejando el espíritu de su querido Oratorio romano, promovió la música en las grandes celebraciones litúrgicas, impulsó la catequesis ayudado de laicos, organizó la caridad para los pobres de la ciudad, introdujo conferencias para la formación de sus sacerdotes, dando ejemplo de austeridad en su vida diaria e interesándose en la creación de un seminario, de acuerdo a los decretos del Concilio de Trento (1545-1563).
Predicó en 1598 en el aniversario de la muerte del P. Felipe, en la Vallicella. Como pastor fiel, recorrió su diócesis, organizó un sínodo, introdujo la adoración a la Eucaristía con las Cuarenta Horas, y una profunda devoción a la Madre de Dios.
Breve, pero intenso fue su apostolado como obispo, pues moría el 30 de agosto de 1604, a consecuencia de un posible envenenamiento.