Se pretende dar al hombre una “naturaleza nueva”. Es una verdadera revolución antropológica que conduce a la apostasía de las religiones tradicionales y a la idolatría a las tecnologías exponenciales.
Las características de este hombre nuevo suponen una confianza absoluta en el futuro y un pesimismo sobre el presente, lo que genera al tiempo un resentimiento sobre la realidad y un ansia revolucionaria desmesurada.
Un hombre que se libera del presente, de su presente histórico y temporal, que sale de su cuerpo y se emancipa de su sexo, de su familia, de su nación y de su Dios.
El hombre nuevo de la religión secular es producto de la transformación de la sociedad y de la cultura que, sin compromiso con el pasado, se lanza confiado en brazos de la nueva sociedad perfecta del futuro que le promete el transhumanismo.
La nueva criatura de esta revolución antropológica transhumanista del siglo XXI es individualista, solitaria, desarraigada, sin pasado y sin presente, perteneciente a un colectivo homogéneo, una mente colmena, una inteligencia colectiva que denomina “humanidad”, pero que no tiene personalidad porque le han extirpado la conciencia. Un hombre irreligioso, apóstata, idólatra, neutral, antipolítico, unidimensional, utilitario, puramente exterior, en el que el cuerpo y la mente a “mejorar” es lo único que le importa.
Desde la cosmovisión cristiana, hay esperanza para el ser humano del presente y del futuro. En efecto, por el bautismo se despoja del ‘hombre viejo’ y emerge de las aguas revestido en otro ‘hombre’ que vivirá en forma nueva para alcanzar el cielo.