En medio de una situación decrépita en la Roma de finales del XV y comienzos del XVI, se congregan en la Urbe cierto número de hombres animados del divino espíritu, señalados por la virtud y su saber, eclesiásticos y seglares, formando “hermandades”, a las que darían el nombre de “Compañía” y “Oratorio” del “Divino Amor”, bajo el patrocinio de San Jerónimo.
Partieron como verdaderos reformadores, la reforma auténtica que reclamaba la Iglesia, empezando por uno mismo.
Estas “compañías” posiblemente ya existiesen desde mediados del siglo XV. Por lo tanto, el deseo de verdadera reforma ya anidaba en muchos espíritus sensibles a ello, y no fue una mera consecuencia o plagio de los deseos “reformadores” de los seguidores de Lutero.
En una de estas “compañías”, en Roma, surge la figura de Cayetano de Thiene, noble vicentino, que actuaba en la Cancillería con el oficio de protonotario apostólico.
Cayetano, junto con otros amigos y varones piadosos, muchos de ellos prelados y oficiales de la curia pontificia, destacaría por su santidad, aun no siendo sacerdote.
Silencio, mansedumbre, oración inflamada, heroísmo en sacrificarse por el prójimo, son notas que definen su alma.
Se ordenará sacerdote en la festividad de San Jerónimo, el 30 de septiembre de 1516.
Estos prohombres de la virtud, entre otras propuestas, tenían el objetivo de fomentar la comunión frecuente.
Con todo, estas “compañías” y “oratorios” del “Divino Amor” no eran órdenes religiosas propiamente dichas, ni tenían organización fija.
San Cayetano, junto con Juan Pedro Carafa, su amigo, sí fundarán una realidad nueva en la Iglesia necesitada de reforma en los prolegómenos del Concilio de Trento. Será la “Orden de los Teatinos”, considerada la primera y más característica de las nuevas instituciones que brotaba de las mismas entrañas de la Iglesia con sacerdotes embebidos del espíritu cristiano y procedentes en buena parte del “Oratorio del Divino Amor”.
El nombre de “teatinos” les viene de Theate o Chieti, de donde Carafa fue nombrado obispo en 1504. Más tarde llegaría a ser el papa Paulo IV.
Estos clérigos teatinos hacían profesión de la más estricta pobreza y trabajaban apostólicamente por medio de la administración de sacramentos e instrucción del pueblo cristiano.
Su desarrollo fue más bien lento.
Al morir San Cayetano, en 1547, no poseían más que dos casas.
Pero durante el pontificado de Paulo IV la orden de clérigos regulares experimentó un gran aumento, llegando a ejercer gran influencia en Italia.
Esta Orden prestaría grandes servicios a la Iglesia en su verdadera reforma, como lo demuestran sus hombres más eminentes en santidad y letras: San Andrés Avelino, Pablo Burali, y otros, además de sus dos fundadores.
Respecto a la realidad de los “clérigos regulares”, diremos que significaron una importante ampliación de las posibilidades de la vida de religión.
Al renunciar a muchos de los rigores de las reglas monásticas, las nuevas órdenes cobraron mayor movilidad y facilidad de adaptación. Pasaron de actuar conforme a un régimen capitular a uno monárquico. Muchos asuntos se solucionaban por vía administrativa, en vez de la vía jurídica de las órdenes clásicas. Esto es, los clérigos sometidos a cierta regla, renunciaban incluso a tener voz y voto.
Hacían votos simples, sustituyendo a los solemnes, lo cual facilitaba la solución de cuestiones disciplinares, pues los votos simples son más fácilmente dispensables que los otros.
Han supuesto una transformación profunda de las órdenes religiosas.
Pero repitámoslo, su aparición, igual que el surgimiento de los jesuitas, no obedece a una reacción contra el protestantismo, sino de deseos de santidad e instrucción del pueblo de Dios.