La devoción al Corazón traspasado de Jesucristo fue muy común en la Edad Media, sobre todo en el monasterio de Helfta, en el cual profesaron Santa Matilde y Santa Gertrudis, tan conocida por sus escritos sobe el Corazón de Jesucristo.
También surgió en las comunidades dominicanas de Alemania y en las Cartujas de Tréveris, Estrasburgo y Colonia.
Los himnos litúrgicos medievales aluden con frecuencia al Corazón del Señor.
El culto litúrgico al Corazón de Jesús fue promovido por San Juan Eudes (1601-1680).
A él se debe que el obispo de Rennes diese un decreto en 1670 concediendo la facultad de celebrar solemnemente cada 31 de agosto la fiesta del Corazón de Jesús en las casas de la Congregación fundada por él y usar el formulario litúrgico compuesto por el mismo santo para el Oficio y la Misa.
La idea principal de este formulario es la del Amor de Dios para con los hombres, manifestado en el don de su propio Hijo, el Verbo Encarnado, que se ha entregado por nosotros hasta la muerte de cruz y que pide nuestra correspondencia de amor.
Varias diócesis y congregaciones religiosas introdujeron en sus respectivos calendarios la fiesta y el formulario litúrgico, pero hasta 1861 no fueron aprobados por la Sagrada Congregación de Ritos, primero para el monasterio de Caen y luego para la Congregación de los Eudistas.
Las apariciones a Santa Margarita María, en Paray-le-Monial, dieron un gran impulso a todo lo referente al Sagrado Corazón de Jesús, incluido el culto litúrgico, aunque en un ámbito diocesano y particular, según se desprende de las aprobaciones diocesanas de las misas en honor del Corazón de Jesús.
Los intentos realizados para que la Sede Apostólica aprobase la fiesta y los diversos formularios litúrgicos no dieron buen resultado.
En 1726 se creyó llegado el momento propicio para abordar de nuevo, la aprobación de la Misa propia en honor del Corazón de Jesús y conseguir una autorización más solemne y universal de su culto.
Los reyes Felipe V de España y Augusto de Polonia, los obispos de Cracovia y de Marsella, así como las monjas de los Monasterios de la Visitación, hicieron una petición solemne a Benedicto XIII. El alma y postulador de esta petición fue el P. Gallifet, jesuita, que preparó una obra sobre el culto al Corazón de Jesús. Pero el Promotor General de la Fe, Próspero Lambertini (más tarde Benedicto XIV) no la favoreció por cuestiones filosóficas sobre el corazón como órgano del sentimiento.
Después de los intentos fallidos en el Pontificado de Benedicto XIV, el episcopado polaco tomó la iniciativa de hacer una nueva petición a la Santa Sede, el año 1763; a ella se unieron 148 obispos de Europa y algunos príncipes. El ponente de esta causa fue el Cardenal José Francisco Albani.
El 2 de enero de 1765, después de maduro examen, la Sagrada Congregación de Ritos aprobó la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús para el reino de Polonia, los reinos católicos de España y la archicofradía del Corazón de Jesús.
El Papa Clemente XIII confirmó esta decisión el 6 de febrero. La fecha asignada para la celebración de la fiesta fue el viernes inmediato a la Octava de Corpus, según la indicación de las revelaciones de Santa Margarita María.
El 11 de mayo del mismo año se aprobó el texto de la misa, cuyo tema principal es el amor misericordioso del Corazón de Jesús para con los hombres.
No tenía prefacio propio, pero se le asignó el de la Santa Cruz.
En 1771 y 1778 se redactaron misas con prefacio propio del Corazón de Jesús.
En 1856, Pío IX extendió la fiesta a toda la Iglesia, y prescribió la misa “Miserebitur”, que entró en el Misal Romano.
La fiesta del Corazón de Jesús se elevó en 1889 a la categoría litúrgica de primera clase.
Pío XI, en 1928, concedió que tuviera octava privilegiada de tercera clase.
En 1929, el mismo Papa, aprobó la misa “Cogitationes”, con prefacio propio y el formulario correspondiente para el Oficio divino, cuya idea dominante es la que el mismo Jesucristo expresó al inculcar a la familia católica, por medio de Santa Margarita María, la institución de la fiesta: “HE AQUÍ EL CORAZÓN QUE TANTO HA AMADO A LOS HOMBRES, Y DE LOS CUALES ES TAN POCO AMADO”.
Se trata, pues, de una fiesta de reparación al Amor que no es amado, reparación honrosa que glorifica los triunfos pacíficos de ese Amor eterno.
El pueblo fiel acogió la fiel acogió la fiesta con gran júbilo. Aunque no era de precepto, las iglesias se llenaban de fieles que participaban en la misa y comulgaban.
Se hacían turnos de adoración al Santísimo, solemnemente expuesto. Se ponían colgaduras en las fachadas de las casas y muchas veces terminaba con la procesión de la imagen.