- Santos FÉLIX y GENADIO, mártires. En Argelia actual. (s. inc.).
- Santos FLORENCIO y DIOCLECIANO, mártires. En las Marcas, Italia. (s. inc.).
- Santos ABDAS y ABIESO, obispos y mártires. En Persia. Fueron inmolados por el rey Sapor II, junto con treinta y ochos compañeros. (376).
- San PEREGRINO, mártir. En Auxerre, la Galia. (s. V).
- San POSIDIO. En Numidia, Argelia actual. Discípulo y amigo fiel de San Agustín. (437).
- San FÍDOLO, presbítero. En Troyes, Galia Lugdunense. Capturado por el rey Teodorico cuando devastaba Auvernia, pero fue liberado e instruido en el servicio divino por el abad San Aventino, al que sucedió. (540).
- San BRENDÁN, abad. En Irlanda. Diligente propagador de la vida monástica, de quien se cuenta una legendaria navegación. (577).
- San CARENTOCO, obispo y abad. Cardigan, Gran Bretaña. (s. VII).
- CUARENTA Y CUATRO SANTOS MONJES, mártires. En Palestina. Despedazados por los sarracenos que irrumpieron en la laura de Mar Sabas, en la época del emperador Heraclio. (614).
- San GERMERIO, obispo. En Toulouse. Se afanó en extender el culto de San Saturnino y en asistir al pueblo que se le había confiado. (s. VII).
- San UBALDO, obispo. En Gubbio, Italia. Se entregó a la labor de reformar la vida común de los clérigos. (1160).
- San ADÁN, abad. En Fermo, Italia. Abad de San Sabino, monasterio. (1210).
- San SIMÓN STOCK, presbítero. Burdeos. Primero ermitaño en Inglaterra, y después ingresó en la Orden de los Carmelitas, que siguió admirablemente, siendo célebre por su devoción a la Virgen María. (1265).
- Beato VLADIMIR BAJRAK, presbítero y mártir. En Drohovych, Ucrania. De la Orden de San Josafat. Martirizado por los comunistas. (1946).
Hoy recordamos especialmente a SAN ANDRÉS BOBOLA
Había nacido en el sur de Polonia en el seno de una familia de la baja nobleza. Estudió en un colegio de jesuitas y ya en 1611 entró en el noviciado. Tras estudiar filosofía y teología en Vilna, le destinaron como pastor a la iglesia que la Compañía tenía en Nesvizh, donde hizo muchos conversos. Después de dos años allí, volvió a Vilna donde permaneció 16 años, llegando a ser conocido por su predicación y por la fundación de congregaciones cuyos miembros visitaban prisioneros y enseñaban el catecismo a los niños. En dos ocasiones en que Vilna fue azotada por la peste, tanto él como los congregantes se comportaron heroicamente.
En 1630 se trasladó a Bobruisk, al este de Polonia, donde la mayoría eran ortodoxos y donde muchos católicos habían abandonado la fe, en parte porque no tenían ni sacerdotes propios ni iglesias. Bobola desarrolló una serie de trabajos en varias poblaciones, hasta que su frágil salud comenzó a limitarle. Entonces volvió a Vilna.
El tratado de la Unión de Brest-Litovsk (1596) había sido un intento de resolver el conflicto entre Las Iglesias Ortodoxa y Católica y de hacer posible su convivencia. Desgraciadamente algunos ortodoxos unieron sus fuerzas con el jefe cosaco Bogdan Chmielnicki, partidario de expulsar a los católicos, y que en 1655 había conseguido controlar amplias zonas de los que hoy es Bielorusia. Al mismo tiempo Rusia y Polonia estaban en guerra. El 8 de agosto de 1655 el ejército del zar marchó sobre Vilna y saqueó la ciudad. Bobola se dirigió a Pinsk para ayudar a los católicos a mantenerse firmes, pero el éxito que tuvo logró sólo acrecentar el conflicto. El pueblo acosaba a los jesuitas por las calles. Dos años más tarde los cosacos ocuparon Pinsk y obligaron a los polacos y los católicos a refugiarse en el bosque. Acto seguido atacaron Janów, aniquilando a católicos y judíos. Bobola se encontraba en una población vecina, y algunos dijeron a los cosacos dónde podían encontrarle.
Primero intentaron hacer que Bobola abandonase su religión, pero cuando rehusó le desnudaron y amarrándole a una valla le flagelaron con crueldad. Burlándose de su fe le pusieron una corona de espinas en la cabeza y le arrastraron hasta el lugar de ejecución, el comercio de un carnicero. Como se negó de nuevo a apostatar le colocaron sobre la tabla de la carnicería y comenzaron a torturarle cruelmente. Le arrancaban la piel del pecho y la espalda, abriéndole agujeros en las palmas de las manos. La tortura se prolongó dos horas, hasta que alguien le clavó un punzón en el corazón. Entonces le levantaron colgando de los pies atados y le remataron con un golpe de sable.
Acababa de morir cuando llegó a Janów una partida de polacos con el vano propósito de rescatarle.