29. SAN JUAN CRISÓSTOMO – I

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La segunda mitad del siglo IV fue un periodo muy turbulento para dos instituciones que desde comienzos del siglo habían quedado muy unidas: la Iglesia, germen del Reino de Dios, y el Imperio Romano, culmen del poder humano.

La Iglesia seguía siendo batida por la persistencia de las grandes herejías de la Antigüedad, y el Imperio se precipitaba en una creciente espiral de violencia y corrupción, con los bárbaros esperando feroces en las fronteras.

En este tiempo de crisis encontramos la presencia de grandes obispos, santos, sabios, valientes, que supieron conducir la Iglesia de tal forma que se salvara del naufragio que el Imperio empezó a constatar a finales del siglo.

Nos hemos encontrado ya a San Atanasio, a San Basilio y los otros dos “Capadocios”, y, siguiendo en la parte oriental del Imperio, llegamos a San Juan Crisóstomo, que vino de la provincia romana de Siria.