“Si lo comparas a toda la Iglesia de Cristo: ¿no es éste el hombre elegido y singular por el cual y bajo el cual Cristo entró en el mundo de un modo ordenado y honesto? Si a la Virgen Madre es deudora la Iglesia Santa, ya que por ella ha sido hecha digna de recibir a Cristo, ciertamente a éste debe la Iglesia, después de María, agradecimiento y reverencia singular. Puesta ésta es la llave que cierra el Antiguo Testamento, en la que la dignidad patriarcal y profética consigue el fruto prometido. Pues éste es el único que poseyó corporalmente lo que a aquéllos les había prometido la divina dignación. Con razón, pues, es figurado por aquel Patriarca José que guardó para los pueblos el trigo. Pero éste sobresale por encima de aquél, porque no sólo da a los egipcios el pan de la vida corporal, sino que, con mucha solicitud, alimenta a todos los elegidos con el pan del cielo que da la vida celeste”.
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