A veces complicamos las cosas sin necesidad. A veces pensamos que purificarnos de nuestros pecados es complicado. No es así. Se trata de ser sencillos, que es lo que le faltaba a este general, Naamán, el sirio. Se trata de ser sencillos, humildes, y obedientes. Son rasgos de nuestro comportamiento que suelen faltar. Nos gusta ser complicados, y complicar; nos gusta parapetarnos en la soberbia, y “pisar”; nos gusta inventar nuestras propias normas, y aislarnos.
Es difícil de explicar. Si tenemos una enfermedad en el alma que sería el pecado y sus efectos en nosotros, y si existe la posibilidad de ser curada completamente por medio de la recepción del Sacramento de la Confesión, del cumplimiento de la penitencia impuesta, y de las obras extrapenitenciales y meritorias que pudiéramos llevar a cabo por medio de la caridad y el ejercicio de otras virtudes, repito, si existe esa posibilidad, ¿por qué no habríamos de hacerlo? ¿Por culpa del ambiente dominante que se ríe de los que se acercan arrepentidos a recibir la absolución sacramental? Pues sería una lástima.
El Hijo de Dios ha venido a traernos la salvación de Dios. No podemos ponernos como los nazarenos que increparon a Jesús en la sinagoga nada más anunciar una palabra de consuelo y liberación.
Dios ha establecido la remisión de todas nuestras culpas, si queremos. Seamos humildes, sencillo, obedientes. Y salvaremos nuestras almas.