Uno de los pasajes más bellos de Isaías el de este martes I de Cuaresma.
Nos habla de la fecundidad de la Palabra que sale de la boca de Dios, y nos habla del poder que tiene para transformar vidas. El profeta Isaías la compara a la acción de la lluvia y de la nieve que, tras empapar la tierra, la fecundan y la hacen germinar dando pan al sembrador.
Así la Palabra de Dios, la hemos de escuchar con atención, eso sí, pero para dejar que “trabaje” en nuestro corazón y sea fecundado. Entiendo que hemos de escucharla con todo cuidado, para que seguidamente Dios actúe.
La tierra que es empapada, realmente, ¿qué hace para que germine la semilla? Nada. Pero la semilla germina.
Dios siembra su voluntad en nosotros y nos pide que su Palabra actúe sin oponernos a su “desarrollo”.
Él quiere cumplir un deseo en nuestras vidas: escuchemos y dejémonos santificar.
De este modo, el Señor estará a la espera de la contestación que reclama su iniciativa. Nuestra respuesta es, siempre, lo que El nos da. El nos da la semilla de su Voluntad, y nosotros le respondemos con el desarrollo de la misma en nuestra vida.
La respuesta puede estar inspirada en el Padrenuestro, que no deja de ser un modo de vivir sencillo y puro.
Prestemos atención a una de las peticiones de la oración del Señor “hágase Tu voluntad”.
Así es, nuestro deseo es que se cumpla el deseo de Dios. Y ese deseo lo ha puesto ya en nuestra alma.