MIÉRCOLES DE CENIZA

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Este rito, en el pasado, se realizaba como rito de entrada en la penitencia canónica.

El rito no desapareció, sino que se hizo extensivo –y a partir del siglo XI, obligatorio- a toda la comunidad cristiana.

Se conservó la fecha tradicional, es decir, el miércoles anterior al primer domingo de Cuaresma.

Así mimo, se vio que era el día más adecuado para inaugurar el gran ayuno cuaresmal.

De este modo, el miércoles de ceniza se convirtió en un día de especial intensidad y significado en la vida de la Iglesia.

Con la recepción de la ceniza y la observación de un ayuno riguroso, ésa iniciaba el camino pascual, que estaría jalonado por la conversión, la penitencia y la mortificación. Tal impronta no quedó oscurecida ni siquiera por la “pre-cuaresma”, que se vivía antes de la reforma litúrgica de 1969.

En la liturgia renovada a instancia del Concilio Vaticano II, el miércoles de ceniza sigue conservando sus elementos tradicionales: la imposición de la ceniza y el ayuno riguroso, así como el comienzo solemne de la Cuaresma.

La ceniza –hecha con ramos de olivo u otros árboles bendecidos el año precedente en el Domingo de Ramos, siguiendo una costumbre muy antigua (s. XIII)-, se bendice con una fórmula que se refiere a la situación pecadora de quienes van a recibirla, a la conversión y al inicio de la Cuaresma; a la vez que se pide la gracia necesaria para que los cristianos, siendo fieles a la práctica cuaresmal, se preparen dignamente a la celebración del misterio pascual de Jesucristo.