Oh Emmanuel (Isaías 7, 14), nuestro rey y legislador (Isaías 33, 22), esperanza y salvación de los pueblos (Génesis 49, 10; Evangelio según san Juan 4, 42): ven a salvarnos, oh Señor Dios nuestro (Isaías 37, 20).
Jesucristo es el “Dios-con-nosotros” que por ello mismo nos puede salvar; no se trata sólo de admitir que ha venido a salvarnos, sino que hay que reconocer el modo que ha dispuesto para ello, el venir-a-nosotros. Venir al centro del problema, el corazón humano.
Esta denominación se recoge en el propio Isaías, en feliz profecía llena de esperanza, anunciando que nacería un hijo de una doncella virgen. Cierto que la profecía se da unas circunstancias agobiantes para el Reino de Judá en el siglo VIII, a.C., pero esas circunstancias históricas las trasladamos para las circunstancias agobiantes de una humanidad herida por el pecado.
Jesucristo es el “Emmanuel” que por su Encarnación ha venido a redimirnos por la Ley del Amor.