San José no fue sólo el ángel guardián de María, sino su esposo, constituyendo con ella un matrimonio en toda regla.
Las Escrituras nada dicen del primer encuentro, ni de las razones que impulsaron a José a amar a María y pedirla como esposa. San Mateo sólo nos da un dato objetivo: antes del anuncio del ángel, estaban prometidos, eran ya MARIDO Y MUJER, pues los “desposorios” eran una promesa de presente, no de futuro, un compromiso real y obligatorio.
Según la legislación rabínica, la edad en la que el hebreo se casa oscila entre los 18 y los 20. El joven acudiría al padre de la joven que quería desposar y le haría la propuesta formal. La joven sería consultada y se le pedía aceptación o rechazo. Es decir, San José tuvo la iniciativa. Pero si María se había decidido por la virginidad, ¿por qué eligió casarse? Por imperativo de su padre, no fue. Y, ¿San José sabría que Ella había tomado esa resolución en atención a su vida en el Templo?
- San José y la Virgen estaban familiarizados con los textos mesiánicos de Isaías;
- El texto de la misteriosa señal del Enmanuel anunciaba que Dios concedería la salvación por medio de un sucesor de David;
- San José, por haber trabajado en Séforis, ciudad de habla griega, sabría que la doncella de la que se hablaba en el texto anterior, se traduciría por “virgen”;
- En sus diálogos con María, San José descubriría su disposición de permanecer intacta toda su vida; era un hecho insólito del todo en Israel;
- Este hallazgo, llevaría a San José a relacionar a María con el texto isaiano que habla de la “virgen”, que sería Madre de un Rey, el Enmanuel;
- Su amor a Dios y a María le llevó a hacerse eunuco por el Reino, para que irrumpiera el Salvador. María era aaronita, y él davídico, sólo San José garantizaría la legalidad de estirpe.
- Los dos asumieron la decisión.
La petición de San José, pues, no fue impulsiva ni inconsciente, sino premeditada y libre: supo que su esposa gestaría al Enmanuel. Por su conocimiento de las Escrituras, y por los diálogos con Ella. Y María supo que entregaba su virginidad a un hombre justo, que se la protegería por medio de la… esponsalidad.
San José pagaría una dote por Ella. Los festejos nupciales tenían como dos fases separadas por un período intermedio: 1. “desposorios”, que eran el contrato efectivo del matrimonio, la separación era un verdadero divorcio; 2. “nupcias”, celebración solemne del matrimonio en la casa del novio; 3. “período intermedio”, los contrayentes aún vivían un tiempo variable en sus respectivas casas, y se comunicaban por el “amigo del novio”.
María era ya “propiedad” de San José, es decir, “María de José” después de los desposorios en su casa. Siendo, pues, San José su “dueño y señor”, y habiendo prometido virginidad perpetua, ya que no conocía varón, podría ser nula su decisión de casarse pues habría un prejuicio hacia el marido. Abandonarse a la “buena de Dios”, tampoco tiene sentido. La explicación de muchos es que Ella debió consagrarse a Dios y en secreto antes de su primer encuentro con San José; para que su matrimonio fuese válido, tuvo que hacer partícipe a su futuro esposo, antes de los desposorios, de esta consagración; San José, una vez informado, y bajo la acción del mismo Espíritu, aceptó libre y entusiasmadamente a este plan que tenía que ver con la venida del Mesías. La providencia de Dios hizo converger dos voluntades y dos libertades, puestas al servicio de un objetivo: la Redención. Fue un hallazgo común, y una decisión compartida. San José no fue alguien a quien le caía todo encima sin darse en cuenta, es una imagen falsa y mediocre. San José es, en el fondo, el gran protagonista de la historia que asume las grandes decisiones.
El matrimonio espiritual con María fue una iniciativa de Dios que requirió el consenso de ambos: el MUTUO ACUERDO. Cuando María reciba el Anuncio, ya estaba desposada.