Como dicta el P. Royo Marín, OP, el pensamiento de San Juan de la Cruz no puede ponerse en duda. Hay que atender al conjunto de su sistema que el santo ha orientado hacia la mística como término normal para llegar a la perfección cristiana, a la que todos estamos llamados.
El Doctor Místico enseñó que nadie puede llegar a la perfección cristiana “por mucho que lo procure”, sino a base de las ‘purificaciones pasivas’, que son de orden francamente místico según todas las escuelas de espiritualidad cristiana.
San Juan expresó con fuerza la necesidad de las purificaciones místicas para alcanzar dicha perfección. Él partía del supuesto de un alma que se esfuerza seriamente por purificarse de sus imperfecciones; esto es, de un alma que ha llegado a la cumbre de la ascética; y de esa alma generosa que hace todo cuanto puede, de ésa precisamente, de la que se esfuerza fuertemente, no puede disponerse en la menor parte para la divina unión de perfección de amor hasta que Dios lo hace ‘pasivamente’ en ella mediante las susodichas purificaciones. El alma sola no “alcanza a remediarse”. Dios tiene que “tomar la mano y la purga en aquel fuego obscuro” para llegar a la perfección.