Hoy, 3 de noviembre, la Iglesia celebra a:

by AdminObra
  1. Santos GERMÁN, TEÓFILO y CIRILO, mártires. Cesarea de Capadocia. (s. inc.).
  2. San LIBERTINO, obispo y mártir. Sicilia. (s. III).
  3. San PÁPULO, mártir. Galia Narbonense. (s. III).
  4. Santos VALENTÍN, presbítero, e HILARIO, diácono; mártires. Viterbo. (s. inc.).
  5. San GUENAEL, abad. Bretaña Menor. Al frente de Landevenec. (s. VI).
  6. Santa SILVIA. Roma. Madre del papa San Gregorio Magno, que alcanzó la cima de la oración y de la penitencia, siendo óptimo ejemplo para todos. (s. VII).
  7. San PIRMINO, obispo y abad. Hornbach, Burgundia. Al frente de Reichenau. Evangelizó a alamanes y bávaros, fundó muchos monasterios y compuso para sus discípulos un libro para catequizar a los campesinos. (s. IX).
  8. San JUANICIO, monje. Bitinia. Después de más de veinte años al servicio de las armas, vivió solitario en varias montañas del Olimpo, donde solía acompañar su oración con palabras sabias. (846).
  9. Santa ODRADA, virgen. Alem, Flandes. (s. XI).
  10. San ERMENGOL, obispo. Urgel. Uno de los preclaros pastores que se cuidaron de restablecer la Iglesia en las tierras rescatadas del yugo de los sarracenos. Construyó un puente poniendo los materiales y su mano de obra, pero al resbalar desde lo alto, murió del golpe. (1035).
  11. Beato BERARDO, obispo. Abruzos. Sobresalió en la extirpación de la simonía, la restauración de la disciplina clerical y el socorro y protección de los pobres. (1130).
  12. Beata ALPAIDE, virgen. Sens, Francia. Siendo jovencita, cruelmente herida y abandonada por los suyos, vivió recluida en una minúscula celda hasta la ancianidad. (1211).
  13. Santa IDA, monja. Fieschingen, Suiza. De vida recluida en un monasterio. (1226).
  14. Beato SIMÓN BALACHI, religioso. Rímini. Dominico. Entregó su vida entera al servicio de los hermanos, dedicado a la penitencia y a la oración. (1319).
  15. San PEDRO FRANCISCO NERÓN, presbítero y mártir. Tonkín. En tiempo de Tu Duc, misionero él, vivió tres meses encerrado en una cueva estrechísima, donde herido atrozmente con varas, se abstuvo durante tres semanas de todo alimento. Fue decapitado. (1860).

Hoy recordamos especialmente a SAN MARTÍN de PORRES

Martín es bautizado en la iglesia de San Sebastián, donde años más tarde Santa Rosa de Lima también lo fuera. Son misteriosos los caminos del Señor: no fue sino un santo quien lo confirmó en la fe de sus padres. Fue Santo Toribio de Mogrovejo, primer arzobispo de Lima, quien hizo descender el Espíritu sobre su moreno corazón, corazón que el Señor fue haciendo manso y humilde como el de su Madre. A los doce Martín entró de aprendiz de peluquero, y asistente de un dentista. La fama de su santidad corre de boca en boca por la ciudad de Lima.

Martín conoció al Fraile Juan de Lorenzana, famoso dominico como teólogo y hombre de virtudes, quien lo invita a entrar en el Convento de Nuestra Señora del Rosario.

Las leyes de aquel entonces le impedían ser religioso por el color y por la raza, por lo que Martín de Porres ingresó como Donado, pero él se entrega a Dios y su vida está presidida por el servicio, la humildad, la obediencia y un amor sin medida.

San Martín tiene un sueño que Dios le desbarata: «Pasar desapercibido y ser el último». Su anhelo más profundo siempre es de seguir a Jesús. Se le confía la limpieza de la casa; por lo que la escoba será, con la cruz, la gran compañera de su vida.

Sirve y atiende a todos, pero no es comprendido por todos. Un día cortaba el pelo a un estudiante: éste molesto ante la mejor sonrisa de Fray Martín, no duda en insultarlo: ¡Perro mulato! ¡Hipócrita! La respuesta fue una generosa sonrisa. San Martín llevaba ya dos años en el convento, y hacía seis que no veía a su padre, éste lo visita y… después de dialogar con el P. Provincial, éste y el Consejo Conventual deciden que Fray Martín se convierta en hermano cooperador. El 2 de junio de 1603 se consagra a Dios por su profesión religiosa. El P. Fernando Aragonés testificará: «Se ejercitaba en la caridad día y noche, curando enfermos, dando limosna a españoles, indios y negros, a todos quería, amaba y curaba con singular amor». La portería del convento es un reguero de soldados humildes, indios, mulatos, y negros; él solía repetir: «No hay gusto mayor que dar a los pobres».

Su hermana Juana tenía buena posición social, por lo que, en una finca de ella, daba cobijo a enfermos y pobres. Y en su patio acoge a perros, gatos y ratones.

Pronto la virtud del moreno dejó de ser un secreto. Su servicio como enfermero se extendía desde sus hermanos dominicos hasta las personas más abandonadas que podía encontrar en la calle. Su humildad fue probada en el dolor de la injuria, incluso de parte de algunos religiosos dominicos. Incomprensión y envidias: camino de contradicciones que fue asemejando al mulato a su Reconciliador.

Los religiosos de la Ciudad Virreinal van de sorpresa en sorpresa, por lo que el Superior le prohíbe realizar nada extraordinario sin su consentimiento. Un día, cuando regresaba al Convento, un albañil le grita al caer del andamio; el Santo le hace señas y corre a pedir permiso al superior, éste y el interesado quedan cautivados por su docilidad.

Cuando vio que se acercaba el momento feliz de ir a gozar de la presencia de Dios, pidió a los religiosos que le rodeaban que entonasen el Credo. Mientras lo cantaban, entregó su alma a Dios. Era el 3 de noviembre de 1639.