Hoy, 26 de octubre, la Iglesia celebra a:

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  1. Santos LUCIANO y MARCIANO, mártires. Nicomedia. En tiempo de Decio fueron quemados vivos. (250).
  2. San ROGACIANO, presbítero. Cartago. Durante la persecución de Decio, su obispo, San Cipriano, confió la administración de la Iglesia de Cartago, y que junto con San Felicísimo padeció torturas y cárceles. (s. III).
  3. San AMANDO, obispo. Estrasburgo. Primer obispo de la ciudad. (s. IV).
  4. San RÚSTICO, obispo. Narbona. Deseoso de abandonar su función para retirarse a una vida de silencio, convencido por el papa San León Magno y reconfortado, permaneció en el cargo y en el trabajo que se le había confiado. (461).
  5. San CEDA, obispo. Lastingham, Northumbría. Hermanos de San Ceada, ordenado obispo de los sajones orientales por San Finano, distinguido por asentar los cimientos de esta nueva Iglesia. (664).
  6. San EATA, obispo. Hexham, Northumbría. Varón dulce y sencillo, que rigió a la vez varios cenobios e iglesias, hasta que, al regresar a Hexham, fue elegido obispo y abad, sin dejar de llevar una vida ascética. (616).
  7. San SIGEBALDO, obispo. Metz. Fundador de diversos monasterios. (741).
  8. San ALBUINO, obispo. Heresfeld, Germania. Primer obispo de Bürberg, el cual, oriundo de Inglaterra, fue llamado por San Bonifacio y recibió el encargo de sembrar la simiente de la Palabra en la región de Hesse. (786).
  9. San FULCO, obispo. Pavía. De origen escocés, fue varón pacífico, insigne por su trabajo y su caridad. (1229).
  10. Beato DAMIÁN FURCHERI, presbítero. Emilia-Romaña. Dominico. Egregio proclamador del Evangelio. (1484).

Hoy recordamos especialmente al Beato BUENAVENTURA de POTENZA

ació en Potenza, Basilicata el 4 de enero de 1651 hijo de Lelio Lavagna y Catalina Pica. Pasó los primeros 15 años de su vida en gran pureza de costumbres y fervor religioso: reflejaba la pureza en el rostro y en sus ojos. El 4 de octubre de 1666 tomó el hábito religioso entre los Hermanos Menores Conventuales en Nocera dei Pagani. Después del noviciado hizo los estudios humanísticos y teológicos en Aversa, Madaloni, Benevento y Amalfi, donde fue ordenado sacerdote. Por 8 años tuvo como maestro de espíritu al venerable Domingo Giurardelli de Muro Lucano.A pesar de su resistencia a ocupar puestos de responsabilidad, Buenaventura en octubre de 1703 fue nombrado maestro de novicios y trasladado a Nocera dei Pagani, donde se ocupó por cuatro años en la formación espiritual de los jóvenes. En junio de 1707, mientras estaba en el convento de Santo Spirito de Nápoles por razones de salud, se prodigó en la asistencia a los enfermos de cólera, epidemia que se desató en Vomero. El 4 de enero de 1710 fue destinado al convento de Ravello, donde asumió la dirección espiritual de los monasterios de Santa Clara y de San Cataldo.
Fiel imitador del Seráfico Patriarca, Buenaventura guardaba con celoso cuidado el precioso tesoro de la pobreza que brillaba en su hábito, lleno de remiendos, en su celda y en toda su vida. Por naturaleza tenía un temperamento fogoso, fácil a la ira, pero con la fuerza de su carácter y con la ayuda de Dios supo adquirir una paciencia y una dulzura inalterables. Frente a los reproches, a las injusticias y a las injurias, aunque sentía bullir su sangre en las venas y palpitar violentamente el corazón, sin embargo lograba conservar un absoluto dominio de sí mismo.Su austeridad era inaudita. Los viernes se flagelaba hasta derramar sangre, en recuerdo de la Pasión de Cristo. Para con los pobres, los enfermos y los afligidos era compasivo y les prestaba asistencia. Como auténtico sacerdote de Cristo su magisterio era evangélico. Con una sola predicación ordinariamente llegaba a convertir a los pecadores, y a veces, como el buen pastor, iba a sus casas para buscarlos como la oveja perdida. Su confesionario se mantenía asediado de penitentes. A veces pasaba en él días enteros. Fue fervoroso y celoso devoto de la Virgen. En las predicaciones invitaba a los fieles a la confianza y al amor hacia la divina Madre. No emprendía ninguna iniciativa sin colocarla bajo su protección. La Inmaculada Concepción de María, aunque no era dogma definido, para él era una verdad de la cual no se podía dudar. Su vida estuvo marcada por carismas singulares y prodigios. Después de ocho días de enfermedad, a los 60 años, el 26 de octubre de 1711, con el nombre de María en sus labios, expiró serenamente en Ravello.