Cristo es el enviado del Padre.
La misión queda personificada en El, como centro de la Creación y de la Historia, protagonista de nuestro caminar, el Hijo de Dios hecho hombre en la “plenitud de los tiempos”.
La Encarnación del Verbo y el misterio pascual de su Muerte y Resurrección, han ratificado el amor de Dios hacia toda la humanidad.
Jesús hace posible la misión que cada ser humano tiene que realizar en la Historia.
La vida tiene sentido.
Por la creación, cada ser humano tiene una misión irrepetible que cumplir: DEJAR LAS HUELLAS DE DIOS-AMOR en relación con los demás hermanos y con toda la creación. Este encargo o misión tuvo una ruptura con el pecado original, pero la promesa del Redentor ha restañado la herida, haciendo más gloriosa y responsable la misión del ser humano en la historia.
La misión es ALGUIEN que se inserta continuamente en nuestras vidas, respetado la libertad y la responsabilidad de cada uno.
La misión se está realizando en nosotros, no como una “cosa” ni como una fuerza mágica e impersonal, sino como “Alguien” que comparte nuestro caminar, de modo parecido a como nuestros padres alentaron e hicieron posible nuestra vida.
La misión hace a la Iglesia y construye el ser humano en la verdad de la donación.
La actitud interrelacional de “tú y yo” se desenvuelve en anunciar a Cristo a cada hermano redimido por El.
Entonces el “yo” se hace “nosotros” en Cristo resucitado presente. El discipulado evangélico indica relación íntima para compartir la misma vida y la misma misión.