- Santos CIPRIANO, papa, y CORNELIO, obispo; mártires. Roma. (252, 258).
- Santa EUFEMIA, virgen y mártir. Bitinia. Torturada por cristiana bajo el imperio de Diocleciano. (303).
- Santos ABUNDIO y COMPAÑEROS MÁRTIRES. Lacio. (304).
- Santos VÍCTOR, FÉLIX, ALEJANDRO y PAPÍAS, mártires. (s. IV).
- San PRISCO, obispo y mártir. Campania. Alabado por San Paulino de Nola. (s. IV).
- San NINIANO, obispo. Whitehorn, Galloway. Bretón de nacimiento. Llevó a los pictos la fe. (432).
- Santos ROGELIO, monje anciano, y SERVIDEO, joven; mártires. Córdoba. Procedentes de Oriente, predicaron con audacia a Cristo entre los sarracenos. Detenidos, sufrieron la amputación de piernas y manos. Finalmente, fueron decapitados. (852).
- Santa LUDMILA, mártir. Bohemia. Como responsable de la educación de San Wenceslao, procuró infundir en su ánimo el amor de Cristo, y perseveró hasta morir estrangulada por la conjuración de su nuera Drahomira y otros nobles paganos. (921).
- Santa EDITA, virgen. Wilton, Inglaterra. Hija del rey de los anglos. Se consagró a Dios desde niña en un monasterio, ignorando y despreciando el mundo. (984).
- Beato VÍCTOR III, papa. Montecasino. Después de regir durante treinta años el célebre monasterio y enriquecerlo fue elegido para gobernar la Iglesia. (1087).
- San VITAL, abad. Normandía. Dejadas las ocupaciones seculares, se entregó en la soledad al cultivo de la observancia rigurosa, y ganó muchos seguidores para el monasterio que él mismo había fundado. (1122).
- Beato LUDOVICO ALEMÁN, obispo. Provenza. Al frente de Arlés. Vivió una vida de eximia piedad y penitencia. (1450).
- Beatos DOMINGO SHOBIOYE, MIGUEL TIMONOYA y su hijo PABLO, mártires. Nagasaki. Decapitados por su fe. (1628).
- San JUAN MACÍA, religioso. Lima. Dominico. Dedicado por mucho tiempo a oficios humilde, atendió con diligencia a pobres y enfermos y rezó asiduamente el Santo Rosario por las almas de los difuntos. (1645).
- Beato IGNACIO CASANOVAS, presbítero y mártir. Barcelona. Escolapio. Muerto por su fe. (1936).
- Beatos LAUREANO FERRER CARDET, presbítero, BENITO FERRER JORDÁ y BERNARDINO MARTÍNEZ ROBLES, religiosos; mártires. Valencia. Terciarios Capuchinos de Nuestra Señora de los Dolores estos dos últimos. Muerto por odio a la fe. (1936).
Hoy recordamos especialmente a SAN MARTÍN HINOJOSA
Miembro de la noble familia castellana de los Hinojosa, había nacido en tierras de Soria. Su familia lo dedicó a Dios, en la Orden del Cister, en 1158, en el monasterio, fundado por sus padres, de Santa María de Cántabos; en este lugar realizó su noviciado y primeros años de profeso. En 1164, fue nombrado primer abad de la abadía de Santa María de Huerta (Soria), donde se había trasladado la comunidad de Cántabos. Siguió con atención las campañas de Alfonso VIII en la reconquista de España frente a los moros (el rey entregó muchas donaciones al monasterio), especialmente en la conquista de Cuenca en 1177. Desde 1166 a 1186, el monasterio alcanzó el cenit de su grandeza, bajo su dirección. Tuvo que enfrentarse al Concejo de Soria, que se quiso apropiar indebidamente del monasterio de Cántabos.
En el 1185, fue elegido obispo de Sigüenza. Durante siete años caminó de pueblo en pueblo, consolando a los pobres, repartiendo el pan y la gracia con todos los fieles. Defendió los intereses de la Iglesia, se sentó en los concilios y pasó por la diócesis haciendo el bien. Más de una vez se vio en la precisión de mostrar su fortaleza y valentía ante los desmanes de los seglares, la indisciplina de los clérigos y la rapiña de algunos desalmados.
En 1192, renunció al cargo para volver a ser un simple monje y se retiró al monasterio de Huerta. Junto con el rey Alfonso VIII, fue el fundador del monasterio cisterciense femenino del Real Monasterio de Las Huelgas de Burgos. Alguien escribió estas letras: «El obispo Martín, escudo de la fe y margarita de todas la virtudes, descansa aquí, libre de toda mancha de vicio. Desde niño entró en el claustro, sediento de silencio, y Dios le adornó con la claridad de su gloria». En su larga vida se distinguió por una entrega generosa a Dios, buscando en la vida cisterciense contemplativa y en la vivencia de su fe. Destacó por su capacidad de amistad con toda clase de personas de distinto rango social, la gente del pueblo sintió una gran veneración por él. En su vida se dedicó especialmente a los pobres y a ser instrumento de paz y concordia con los que convivió. Murió en Sotoca cuando regresaba de una visita al monasterio alcarreño y cisterciense de Ovila.
Debido a una leyenda de una cabeza que presentaron unos ángeles al cabildo de Sigüenza, se le relacionó con un tal san Sacerdote, con cuyo nombre se le viene tributando culto.