Hemos de saber que en el antiguo Calendario Romano existían dos fiestas en honor de la SANTA CRUZ: la INVENCIÓN (3 de mayo) y la EXALTACIÓN (14 de septiembre).
En España, además, se celebraba la del “Triunfo de la Santa Cruz”, en conmemoración de la victoria de Alfonso VIII contra los mahometanos en las Navas de Tolosa.
La fiesta del 14 de septiembre fue propia de Jerusalén, al principio.
En el relato de la peregrinación de la monja Egeria (s. IV) hay una descripción de esta festividad en la Ciudad Santa; de donde se deduce que era equiparada a las fiestas de Pascua y de Epifanía y que atraía a un gran número de fieles que venían acompañados de sus obispos.
En el siglo VI se la conoce con el nombre de la “Exaltación de la Santa Cruz”.
La fiesta se extendió en toda la Cristiandad paulatinamente, sobre todo en aquellas iglesias que poseían un trozo de la verdadera Cruz del Señor.
El Papa Sergio debió admitirla en Roma en el siglo VII. En ese momento se mostraba el trozo de la “Vera Cruz” que se había traído a Roma en tiempo de Constantino. Esta costumbre perduraba en el siglo XIII.
Las iglesias galicanas (Francia) adoptaron la fiesta de la “Invención de la Santa Cruz”, 3 de mayo.
Tuvo mucha popularidad en los países del sur y todavía hoy se celebran fiestas populares en honor de la Santa Cruz, aunque litúrgicamente fue suprimida en el calendario de Juan XXIII.
Una y otra entraron en los Calendario Romanos de la época carolingia.
La celebración actual de “Exaltación” se centra en la misma Cruz, a la que glorifica y exalta con una liturgia sobria, libre de todo sentimentalismo y completamente impregnada de esperanza y de gozo. El madero de la infamia se ha convertido, por la Muerte de Cristo en él, en el glorioso emblema del amor redentor y en la insignia y señal del cristiano. La Iglesia canta: “LAS BANDERAS DEL REY AVANZAN; REFULGE EL MISTERIO DE LA CRUZ, EN LA QUE LA VIDA PADECIÓ MUERTE Y CON SU MUERTE NOS DIO LA VIDA”.