Algunos definen el “modernismo” como una corriente racionalista que apareció en el filosofía y teología católicas a principios del siglo XX en Francia, Alemania, Inglaterra e Italia, cuyas raíces más profundas partirían del agnosticismo de Kant, del inmanentismo y sentimentalismo religioso del profesor Scheiermacher, fundador de la teología protestante moderna, y del evolucionismo histórico moderno.
Los “modernistas” elevaron la conciencia religiosa individual a juez sobre la Revelación y la Iglesia y consideraron los dogmas como meros símbolos mutables de la Verdad religiosa.
Este fenómeno religioso propugnó una reforma sustancial de las concepciones del dogma y de la moral cristiana.
Tres fueron los principios radicales de esta nueva concepción teológica y dogmática:
- El primado del sujeto sobre el objeto;
- El primado del sentimiento;
- La concepción relativista de la historia.
Por consiguiente, el “modernismo” llegó a sostener una nueva concepción del dogma:
- El sentido divino es el único criterio de verdad religiosa;
- Jesucristo fue privilegiado en esta experiencia religiosa, en cuanto que tuvo un “originalísimo” sentido de la paternidad de Dios;
- La Iglesia no es otra cosa que la organización de los seguidores de Cristo en aquella fundamental experiencia y es creación espontánea de la conciencia colectiva de las primeras comunidades dominada por la espera del fin del mundo;
- Los dogmas son fórmulas simbólicas, variables hasta la contradicción, de la misma experiencia religiosa inexpresable.