- San MAGNO, mártir. (s. inc.).
- San TIMOTEO, mártir. Gaza. Tras superar muchos tormentos, fue quemado a fuego lento. (350).
- San ANDRÉS y COMPAÑEROS, tribuno y soldados; mártires. Cilicia. Obtenida con la ayuda de Dios una victoria sobre los persas, se convirtieron a la fe de Cristo y, acusados, en tiempo de Maximiliano, recibieron muerte cruel en los desfiladeros del Monte Tauro, a manos del ejército de Seleuco. (s. IV).
- San SIXTO III, papa. Roma. Restableció la concordia entre el Patriarcado de Antioquía y el de Alejandría, y en Roma erigió para el pueblo de Dios la basílica de Santa María la Mayor. (440).
- San DONATO, presbítero. Sisteron, Francia. Vivió como anacoreta muchos años. (s. VI).
- San BERTULFO, abad. Liguria. Sucesor de San Atalo en el gobierno del cenobio del monasterio de Bobbio. (639).
- San SEBALDO, eremita. Franconia. (s. IX).
- San BARTOLOMÉ de SIMERI, presbítero y abad. Calabria. Eremita. Después fundó el monasterio de los Griegos. (1130).
- Beato GUERRICO, abad. Igny, Francia. Buen discípulo de San Bernardo, al no poder dar ejemplo en el trabajo a sus hermanos por la fragilidad de su cuerpo, los confortaba en la humildad y caridad con reiteradas exhortaciones espirituales. (1151).
- Beato LEÓN II, abad. Campania. Estuvo al frente del monasterio de Cava de’ Tirreni. (1295).
- San LUIS, obispo. Brignoles, Provenza. Sobrino del Rey San Luis. Prefirió la pobreza evangélica a las alabanzas y honores del mundo y, aún joven en años, pero maduro en virtud, fue elevado a la sede de Tolosa, mas debido a su salud delicada, falleció prontamente. (1297).
- Beato JORDÁN de PISA, presbítero. Piacenza. Dominico. En lenguaje popular expuso al pueblo la más alta doctrina con la máxima sencillez. (1311).
- Beatos LUIS FLORES, PEDRO de ZÚÑIGA, presbíteros; dominico, el primero y agustino, el segundo, y TRECE COMPAÑEROS, marinos japoneses; mártires. Nagasaki. Desembarcados en el puerto y detenidos de inmediato por su fe, tras muchas torturas sufrieron todos la muerte. (1622).
- Beato HUGO GREEN, presbítero y mártir. Dorchester. Ordenado en Douai. Ejerció el ministerio en su patria a lo largo de treinta años, hasta que, en el reinado de Carlos I, fue despedazado cruelmente. (1642).
- San EZEQUIEL MORENO, obispo. Navarra. Agustino Recoleto. Dedicó toda su vida a anunciar el Evangelio, tanto en las Filipinas como en Sudamérica. Falleció en Navarra. (1906).
- Beato TOMÁS SITJAR FORTIÁ, presbítero y mártir. Gandía. Jesuita. Martirizado durante la persecución religiosa en España. (1936).
- Beata ELVIRA de la NATIVIDAD de NUESTRA SEÑORA TORRENTALLÉ PARAIRE, virgen, y COMPAÑERAS, mártires. valencia. Carmelitas de la Caridad. Martirizadas por odio a la fe cristiana. (1936).
Hoy recordamos especialmente a SAN JUAN EUDES
Nació en un pueblecito de Francia, llamado Ri (en Normandía) en el año 1601. Sus padres no tenían hijos e hicieron una peregrinación a un santuario de Nuestra Señora y Dios les concedió este hijo, y después de él otros cinco.
Ya desde pequeño demostraba gran piedad, y un día cuando un compañero de la escuela lo golpeó en una mejilla, él para cumplir el consejo del evangelio, le presentó la otra mejilla.
Estudio en un famoso seminario de París, llamado El Oratorio, dirigido por un gran personaje de su tiempo, el cardenal Berulle, que lo estimaba muchísimo.
Al descubrir en Juan Eudes una impresionante capacidad para predicar misiones populares, el Cardenal Berulle lo dedicó apenas ordenado sacerdote, a predicar por los pueblos y ciudades. Predicó 111 misiones, con notabilísimo éxito. Un escritor muy popular de su tiempo, Monseñor Camus, afirmaba: «Yo he oído a los mejores predicadores de Italia y Francia y puedo asegurar que ninguno de ellos conmueve tanto a las multitudes, como este buen padre Juan Eudes».
Las gentes decían de él: «En la predicación es un león, y en la confesión un cordero».
San Juan Eudes se dio cuenta de que para poder enfervorizar al pueblo y llevarlo a la santidad era necesario proveerlo de muy buenos y santos sacerdotes y que para formarlos se necesitaban seminarios donde los jóvenes recibieran muy esmerada preparación. Por eso se propuso fundar seminarios en los cuales los futuros sacerdotes fueran esmeradamente preparados para su sagrado ministerio. En Francia, su patria, fundó cinco seminarios que contribuyeron enormemente al resurgimiento religioso de la nación.
Con los mejores sacerdotes que lo acompañaban en su apostolado fundó la Congregación de Jesús y María, o padres Eudistas, comunidad religiosa que ha hecho inmenso bien en el mundo y se dedica a dirigir seminarios y a la predicación.
En sus misiones lograba el padre que muchas mujeres se arrepintieran de su vida de pecado, pero desafortunadamente las ocasiones las volvían a llevar otra vez al mal. Una vez una sencilla mujer, Magdalena Lamy, que había dado albergue a varias de esas convertidas, le dijo al santo al final de una misión: «Usted se vuelve ahora a su vida de oración, y estas pobres mujeres se volverán a su vida de pecado; es necesario que les consiga casas donde se puedan refugiar y librarse de quienes quieren destrozar su virtud». El santo aceptó este consejo y fundó la Comunidad de las Hermanas de Nuestra Señora del Refugio para encargarse de las jóvenes en peligro. De esta asociación saldrá mucho después la Comunidad de religiosas del Buen Pastor que tienen ahora en el mundo 585 casas con 7,700 religiosas, dedicadas a atender a las jóvenes en peligro y rehabilitar a las que ya han caído.
Este santo propagó por todo su país dos nuevas devociones que llegaron a ser sumamente populares: La devoción al Corazón de Jesús y la devoción al Corazón de María. Y escribió un hermoso libro titulado: «El Admirable Corazón de la Madre de Dios», para explicar el amor que María ha tenido por Dios y por nosotros. Él compuso también un oficio litúrgico en honor del corazón de María, y en sus congregaciones celebraba cada año la fiesta del Inmaculado Corazón.
Otro de sus Libros se titula: «La devoción al Corazón de Jesús». Por eso el Papa San Pío X llamaba a San Juan Eudes: «El apóstol de la devoción a los Sagrados Corazones».
Redactó también dos libros que han hecho mucho bien a los sacerdotes: «El buen Confesor», y «El predicador apostólico».
Murió el 19 de agosto de 1680.