- Santos ABDÓN y SENÉN, mártires. Roma. (s. III).
- Santa JULITA, mártir. Cesarea de Capadocia. Quemada viva por no poner incienso a los ídolos. (303).
- Santas MÁXIMA, DONATILA y SEGUNDA, vírgenes y mártires. Túnez. Las dos primeras rechazaron la orden de adorar ídolos, por lo que con Segunda fueron arrojadas a las fieras, y después decapitadas. (304).
- San PEDRO “CRISÓLOGO”, obispo y doctor. Ímola. Desempeñó el ministerio episcopal en Rávena con tal perfección que consiguió captar a multitudes en la red de su doctrina y las sació con la dulzura de su palabra.
- San URSO, obispo. Galia Lugdunense. (s. VI).
- Santa GODOLEVA, mártir. Flandes. Casada con el señor del lugar, tuvo que sufrir mucho por parte del esposo y de su suegra. Finalmente, fue estrangulada por dos criados. (1070).
- Beato MANÉS de GUZMÁN, presbítero. Caleruega, Castilla. Hermano de Santo Domingo de Guzmán, y colaborador suyo en la propagación de la Orden. Prudente consejero de religiosas. (1235).
- Beatos EDUARDO POWELL, RICARDO FEATHERSTONE y TOMÁS ABEL, presbíteros y mártires. Londres. Doctores en Sagrada Teología. Se opusieron con firmeza al divorcio del rey. Tras ser encarcelados fueron ahorcados en Smithfield. (1540).
- San JOSÉ YUAN GENGYIN, mártir. Hebei, China. Comerciante en el mercado de su localidad, que, por ser cristiano, fue asesinado por los secuaces del Yihetuan. (1900).
- Beatos JOSÉ MARÍA MURO SANMIGUEL, presbítero, JOAQUÍN PRATS BALTUEÑA, religioso, y ZÓSIMO IZQUIERDO GIL, presbítero; mártires. Teruel. Los dos primeros dominicos. Martirizados durante la persecución religiosa. (1936).
- Beato SERGIO CID PAZO, presbítero y mártir. Barcelona. Sociedad de San Francisca de Sales. Martirizado durante la persecución religiosa en España. (1936).
- Beato LEOPOLDO de CASTELNUEVO MANDIC, presbítero. Pavía. Capuchino. Ardió de celo por la unidad e los cristianos y dedicó toda su vida al ministerio de la confesión. (1942).
- Beata MARÍA VICENTA de SANTA DOROTEA CHÁVEZ OROZCO, virgen. Guadalajara, México. Fundadora del Instituto de Siervas de los Pobres, que, confiando solo en Dios y en la ayuda de la Providencia, dio pruebas elocuentes de humanidad y diligencia para con los desamparados. (1949).
- Beata MARÍA de JESÚS SACRAMENTADO VENEGAS de la TORRE, virgen. Guadalajara, México. Pasó cincuenta y cuatro años curando enfermos pobres en una pequeña enfermería, en la cual fundó la Congregación de Hijas del Sagrado Corazón de Jesús. (1959).
Hoy recordamos especialmente a los Beatos BRAULIO MARÍA CORRES DÍAZ de CERIO, y CATORCE COMPAÑEROS
La persecución religiosa desatada en España en el transcurso de la Guerra Civil (1936-1939) afectó, con toda su virulenta crudeza, a los establecimientos benéfico-hospitalarios de la Orden de San Juan de Dios.
El Sanatorio Marítimo de San Juan de Dios, de Calafell (Tarragona) fue uno de ellos. Alrededor de las 14:30 horas del día 24 de julio de 1936, la Casa fue invadida por un grupo de milicianos armados, que se apresuraron, unos a detener a los Hermanos, y otros a registrar el establecimiento en busca de armas, que no encontraron porque no las había. Posteriormente el Superior les sirvió una merienda y al atardecer se despidieron prometiendo volver al día siguiente con personal, para hacerse cargo del hospital, no sin antes espetarles: “-¡Quítense los hábitos; ya nadie viste hábitos; todos somos iguales!”.
Se durmió poco aquella noche. Los profesos hicieron las guardias. A las 04:00 horas de la mañana se celebraron las misas. Alrededor de las 18:00 horas se presentaron de nuevo los milicianos, exigiendo las llaves al Superior para hacerse cargo de todo. Se permitió a los Hermanos seguir con sus trabajos, en espera de que llegasen las suplencias. A partir de aquel momento ya todo fue intranquilidad, temores, sobresaltos y desconfianza.
Al día siguiente, domingo 26 de julio, al levantar a los niños de sus camas y rezar, se les prohibió hacerlo, burlándose y mofándose de la religión, y a cambio de rezos les prometieron un camión repleto de juguetes, les aseguraron que proyectarían cine en la capilla y que serían despertados con el grito de «¡No hay Dios!», y ellos contestarían «¡Viva el comunismo!».
A media mañana del día siguiente llegaron algunas mujeres, que se dedicaron a comer y a beber hasta quedar algunas de ellas ebrias, mientras gritaban desenfrenadamente. “¡Estos frailes son nuestros criados; ya era hora que esto cambiara!”
El martes, día 28, los milicianos eliminaron todo vestigio y señal religiosa del sanatorio. Los Hermanos prepararon sus efectos personales y algunos libros. Se les proporcionó documentación para trasladarse a Francia. Tenían la creencia de que aquel día abandonarían libres el establecimiento.
El miércoles, día 29, les prometieron que al día siguiente saldrían todos juntos en dirección a Barcelona. Y a las 9:00 horas de la mañana del día 30 el jefe de los milicianos los reunió para decirles:
“Los que quieran marcharse, pueden hacerlo, pero no podemos darles salvoconducto ni documentación alguna ni respondemos de sus vidas una vez salgan de la Casa. Los que quieran pueden quedarse con nosotros”. La mayoría optó por salir, por entender que si se quedaban corrían el peligro de perder sus almas. Los jefes de los milicianos decidieron dejar ocho Hermanos para el servicio del sanatorio. Los restantes, salieron en dos grupos, uno hacia la estación de San Vicente, y el otro, hacia la de Calafell.
Poco después los milicianos entresacaron al Hermano Constantino Roca y junto a la vía férrea, lo ametrallaron. Más tarde, recogieron a los otros en una misma camioneta y siguieron juntos la etapa final. Primero fueron llevados a la Plaza de El Vendrell, donde se había congregado un enorme gentío enfurecido profanando la iglesia del municipio. Al ver a los religiosos, quisieron apoderarse de ellos, pero se los llevaron con la camioneta tomando la carretera con dirección a Barcelona.
A la salida del término de Calafell fueron interceptados por otro grupo de milicianos, que les obligaron a bajar poniéndose en fila. Cuatro de ellos fueron separados del grupo por ser muy jóvenes (eran profesos), y los quince restantes fueron acribillados a balazos de fusil.
En el asesinato participaron unos 19 milicianos, mientras los religiosos caían inertes al suelo al grito de “¡Viva Cristo Rey!”.