TEMA DE REFLEXIÓN DE JULIO 2023
Adorar la Sangre preciosa de Cristo
¡Salvados por la Sangre del Cordero!
En el marco de la cena pascual, cuando se recordaba la huida de Egipto, el paso de la Muerte por las casas no marcadas por la Sangre del Cordero, Jesús instituyó la Eucaristía como el sacrificio de una nueva alianza, esta vez, sellada con su sangre. En adelante, el animal sacrificado no iba a ser el cordero, sino Jesús, el Cordero de Dios que, con su propia sangre, quita los pecados del mundo.
Hemos de recordar que la materia del Santísimo sacramento lo constituye el pan y el vino. Y en el hecho de que se consagren separados (cuerpo y sangre) nos recuerda que Cristo es víctima sacrificada. Cuando la víctima era sacrificada, su sangre era separada del cuerpo y se derramaba en el ara y sobre el pueblo.
En el mundo judío, la sangre tenía un carácter sagrado, pues se identificaba con la vida y con Dios, Señor de la vida. Por eso las grandes alianzas se ratificaban con sangre. Moisés, después de sacrificar a las víctimas, derramó la sangre sobre el altar y sobre el pueblo, diciendo: “Ésta es la sangre de la alianza que Yahvé ha establecido con vosotros”.
También en la Eucaristía, la consagración es primero del cuerpo, “Éste es mi cuerpo que se entrega por vosotros, y luego la sangre: Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre. Jesús ha establecido una nueva Alianza, y la ha ratificado con su sangre ¿no merece eso nuestra adoración?
“Si es infinito el valor de la Sangre del Hombre Dios e infinita la caridad que le impulsó a derramarla desde el octavo día de su nacimiento y después, con mayor abundancia en la agonía del huerto, en la flagelación y coronación de espinas, en la subida al Calvario y en la Crucifixión y, finalmente, en la extensa herida del costado, como símbolo de esa misma divina Sangre, que fluye por todos los Sacramentos de la Iglesia, es no sólo conveniente sino muy justo que se le tribute homenaje de adoración y de amorosa gratitud por parte de los que han sido regenerados con sus ondas saludables (Inde a primis, san Juan XXIII)”.
La Sagrada Escritura nos habla en varias ocasiones de la sangre de Cristo, pero quizá hay una que nos puede ayudar más que las otras a hacer nuestra vigilia de adoración: Getsemaní.
“En seguida Jesús salió y fue, como de costumbre, al monte de los Olivos, seguido de sus discípulos. Cuando llegaron, les dijo: «Orad, para no caer en la tentación».”
Parece que hoy nos hace a nosotros, adoradores, la misma invitación. Oremos, adoremos, para que las tentaciones se alejen de nosotros y de los nuestros. Acompañemos a Jesús nuestra hora, en esta noche.
“Después se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de piedra, y puesto de rodillas, oraba: «Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba.”
Que podamos ser consuelo de Cristo con aquel ángel -“Ángel” significa mensajero-, pidámosle que envíe a Jesús en Getsemaní nuestra adoración de hoy, para su consuelo, porque el pecado hace sufrir a Jesús.
“En medio de la angustia, él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo. Después de orar se levantó, fue hacia donde estaban sus discípulos y los encontró adormecidos por la tristeza. Jesús les dijo: «¿Por qué están durmiendo? Levántense y oren para no caer en la tentación».”
¿La sangre de Cristo cayendo al suelo? ¡Qué misterio! El valor de esa sangre es infinito, es la vida de Cristo, la vida de DIOS, tantos sufrimientos le hacen romper sus vasos sanguíneos y sudar sangre. Sangre que nos salva. «La sangre que poco antes había entregado a la Iglesia como bebida de salvación en el Sacramento eucarístico, comenzó a ser derramada; su efusión se completaría después en el Gólgota, convirtiéndose en instrumento de nuestra redención». Adoremos esta sangre derramada por nosotros.
Los santos nos ayudan; santa Teresita nos cuenta cómo le impresionó aquella estampa… “Un domingo mirando una estampa de Nuestro Señor en la cruz, me sentí profundamente impresionada por la sangre que caía de sus divinas manos. Sentí un gran dolor al pensar que aquella sangre caía al suelo sin que nadie se apresurase a recogerla. Tomé la resolución de estar siempre con el espíritu al pie de la cruz para recibir el rocío divino que goteaba de ella, y comprendí que luego tendría que derramarlo sobre las almas…”
Otro gran propagador de esta devoción fue san Gaspar de Búfalo, que fundó los Hermanos de la preciosísima sangre de Cristo y compuso esta preciosa oración:
“Oh, preciosa sangre de mi Señor, que yo te ame y te alabe para siempre. ¡Oh, amor de mi Señor convertido en una llaga! Cuán lejos estamos de la conformidad con tu vida. Oh Sangre de Jesucristo, bálsamo de nuestras almas, fuente de misericordia, deja que mi lengua, impregnada por tu sangre en la celebración diaria de la misa, te bendiga ahora y siempre. Oh, Señor, ¿quién no te amará? ¿Quién no arderá de agradecido afecto por ti? Tus heridas, tu sangre, tus espinas, la cruz, la sangre divina en particular, derramada hasta la última gota, ¡con qué elocuente voz grita a mi pobre corazón! Ya que agonizaste y moriste por mí para salvarme, yo daré también mi vida, si será necesario, para poder llegar a la bendita posesión del cielo. Oh Jesús, que te has hecho redención para nosotros, de tu costado abierto, arca de la salvación, horno de la caridad, salió sangre y agua, signo de los sacramentos y de la ternura de tu amor, ¡Seas adorado y bendecido por siempre, oh Cristo, que nos has amado y lavado en tu preciosísima sangre! Amén”.
¡SALVADOS POR LA SANGRE DEL CORDERO!
Preguntas
¿Has leído alguna vez el Éxodo pensando en la Eucaristía?
¿Qué realidades del Antiguo Testamento nos pueden ayudar a penetrar mejor en este misterio?
¿Cómo podemos crecer en conciencia de la dimensión sacrificial de la Eucaristía?