LA FE QUE LES ASFIXIA (del portal “Germinans Germinabit)

by AdminObra

Los presupuestos y los recursos humanos dedicados a la catequesis tanto en parroquias como en colegios católicos, merecerían algún nivel de éxito: las cifras empleadas en sostener esa colosal catequesis, son astronómicas. Y sin embargo asistimos al amargo desengaño de tantísimos padres que habiendo confiado la educación religiosa de sus hijos a las instituciones de la Iglesia descubren, ¡tarde ya!, que incurrieron en un error gravísimo. Como el que descubre en el lecho de muerte, que confió su salud a médicos desengañados del sistema de salud al que sirven ya por inercia y del que viven. Estos padres actuaron convencidos de que confiaban la formación religiosa de sus hijos a los mejores profesionales y vocacionales en esas disciplinas. Pero resulta al fin que la decepción que han de afrontar, es de las que te destrozan la vida y te hacen perder la fe en el descomunal tinglado que tiene montado la Iglesia desde su más alta cúpula (todo fachada) para conseguir al final, que el nivel de fracaso exhibido, sea absolutamente espectacular.

Esto es como tener un sistema de enseñanza que, en vez de enseñar, profundiza el nivel de ignorancia de los alumnos; o un servicio técnico de mantenimiento que no consigue mantener las instalaciones en funcionamiento, dando la penosa imagen de decadencia irreversible del negocio.

Ante este fenómeno, uno no puede dejar de preguntarse qué pintan ahí tantos obispos con sus flamantes curias (centenares de personas al servicio de no se sabe qué: “por sus frutos los conoceréis”), y para qué sirve que se coordinen tan maravillosamente en una Conferencia Episcopal a nivel nacional, con su flamante presidente a la cabeza investido de la máxima dignidad eclesiástica por debajo de la dignidad papal; un presidente que ostenta además la presidencia del mayor conglomerado de escuelas católicas de su archidiócesis. Parecería lo más normal del mundo que este alto dignatario luchase a brazo partido por preservar la eficacia de ese monstruoso tinglado catequético del que es máximo responsable. Pero lo que parece es que eso no forma parte de sus prioridades, enfrascado como está en inmatriculaciones y demás operaciones inmobiliarias de gran calado, en sinodalidades reformadoras y en la organización de grandes eventos papales que apalanquen esas aventuras. Se entiende que metidos en tantos empeños, nuestros obispos, con su cardenalicio presidente a la cabeza, no tienen el ánimo para ocuparse de la tremenda debacle catequética en la que nos han enfangado. No nos engañemos: todo eso son maniobras de entretenimiento tras las que ocultan su ineptitud.

La imagen de decrepitud que ostenta esa imponente institución de mando y gobierno de la Iglesia, es lamentable. Son muchos decenios de ejercicio cayendo por el despeñadero sin que nadie se dé por enterado. Nadie de los altísimos responsables. Porque los padres que confían sus hijos a un colegio religioso o a la catequesis parroquial, esos sí que se enteran. Y lo sufren amargamente.

Uno prefiere inclinarse a pensar que efectivamente el Alto Estado Mayor de la Iglesia en España no consigue triunfar en este capítulo de su misión (un capítulo absolutamente esencial); pero que sin duda debe de estar triunfando en los demás frentes en que le toca lidiar. Pero no, por mucho que se esfuerza este pobre ingenuo en ensayar un inventario-balance de las actividades de la imponente cúpula que gobierna la Iglesia en España (empezando por las de su altísimo purpurado), por más que se esfuerza en ello, no logra entender cuáles son los capítulos de mayor lucimiento y de mejores frutos. A no ser que consideremos un objetivo de primer orden la mera supervivencia de esas estructuras de poder sin misiones que cumplir. Y ése es un problema que no afecta exclusivamente a España. Lo vemos repetido en nuestro entorno cultural y bastante más lejos.

Y cuando uno ve la absoluta inutilidad de tantos recursos volcados por la Jerarquía de la Iglesia para mantener viva la doctrina en las mentes y en los corazones de las nuevas generaciones, cae en la cuenta de que la familia es el gran recurso para mantener viva la llama de la fe; cae en la cuenta de que si no contamos con la familia, es decir con nosotros mismos, es decir con la Iglesia de base, sin títulos y sin poder; si no contamos con la fe que nos transmitieron nuestros padres, no nuestros obispos, estamos en el abandono total. Ni los profesores de religión en los colegios… ¡religiosos!, ni en las parroquias el párroco y los catequistas, son capaces de cubrir esta imperiosa necesidad de nuestros hijos. Si no están ahí los padres y los abuelos transmitiendo la fe a los más jóvenes, ni siquiera esos espectaculares esfuerzos de la más alta jerarquía por mover a los jóvenes en torno al papa, ni siquiera esas imponentes movidas de las altas jerarquías sirven para nada. Nada como la humilde aportación de la familia.

Pero cuando llegamos a la desolación y el desánimo, es cuando vemos a qué se están dedicando esos cuadros de mando que no son capaces de transmitir la doctrina de la fe a nuestros hijos: ni en los colegios religiosos, ni en las parroquias; ni mucho menos en los grandes eventos que organizan para supuestamente “atraer” a la juventud hacia Dios, recurriendo a la mundanísima mercadotecnia del mundo. Siempre hay detrás de esas movidas una gran empresa que sabe de esas cosas y en las que la Iglesia invierte sin miedo y sin medida.

El anciano sacerdote D. Pedro de la Herrán sabe muy bien lo que está pasando. Con la falacia de que nadie mejor que los “profesionales” de la religión para transmitir la fe a la generación que nos sigue, “los padres han renunciado a educar a sus hijos en la fe”. Está claro que los profesionales, muy buenos no han sido. Como si resultase (que también se da) que en realidad son los padres, y no los maestros y profesores, quienes demuestran ser más aptos para el desarrollo intelectual de los alumnos. ¿A qué juegan pues todas esas instituciones, y qué sentido tiene sostener esos ingentes gastos?

Es que, estando, así las cosas, se nos plantea una pregunta absolutamente crucial: ¿qué es más urgente en este momento de la Iglesia, el sacramento del orden o el sacramento del matrimonio? Porque efectivamente, ante el problema que se nos ha planteado de la total ineficacia de la acción magisterial de la Iglesia de los ordenados y consagrados respecto a la transmisión de la fe, de manera que donde vemos la solución es en los padres, tiene todo el sentido que nos hagamos la pregunta de si en este momento de la Iglesia es más determinante el sacramento del orden o el del matrimonio.

Porque decepcionados  por el espeluznante retroceso religioso que están consiguiendo desde hace ya decenios los ordenados y consagrados, sobre todo los de más alto nivel, con un ingente número de colegios, profesores de religión, catequistas y predicadores incapaces de frenar ese desplome de la fe de sus alumnos y de sus feligreses (¿no será que antes se ha desplomado su propia fe?), cualquiera diría que es hora de preguntarse adónde nos lleva ese tremendo desperdicio de fuerzas tan inútilmente empleadas. Es hora de preguntarnos con D. Pedro de la Herrán, si no sería mucho más productivo dejarnos de tantísimo aparato catequizador, y confiar esa misión a los padres.

Y al hilo de esa pregunta, y coincidiendo con ese mantra oficial de que es la hora de los laicos, quizá tengamos que preguntarnos si no andaremos absolutamente excedentarios de sacerdotes y sobre todo, de obispos, y tremendamente deficitarios de matrimonios cristianos de los de verdad, capaces de transmitir la fe a sus hijos. O quizá, quizá, lo que está ocurriendo es que tanto el sacramento del Orden como el del Matrimonio han perdido autenticidad cristiana y necesitan ser restaurados. No “reformados” para hacer entrar en ellos las propuestas multicolores del mundo, sino restaurados para que vuelvan a ser sal de la tierra y luz del mundo.

Y claro, a la vista de lo que está ocurriendo, uno ve a ese tremendo rebaño de cuadros de mando de la Iglesia como a un banco de peces que ha acabado detestando el medio que los mantiene vivos, y saltan furiosos boqueando fuera del agua, convencidos de que les urge salir del agua en que nacieron y se criaron, porque es el agua lo que les asfixia. ¿Acaso no son ambos sínodos producto de esa asfixia?

Virtelius Temerarius