La castidad es una de las virtudes cristianas y hace relación al comportamiento de algo tan íntimo como es la sexualidad humana; o sea, aquello que hace que alguien sea hombre o mujer.
La castidad supone, pues, la integración de la sexualidad en el ser mismo de la persona.
No se trata de vivir la sexualidad como realidad “a se” (en latín), esto es, guiada sólo por motivos instintivos y placenteros, sino como expresión de la totalidad de la persona
El hombre y la mujer son seres sexuados y como tales han de conducirse moralmente.
La castidad, según las enseñanzas del Catecismo, exige vivirse con relación a la unidad radical de la persona humana, de todo lo que la constituye como tal. O, dicho de otro modo, la castidad es la integración LOGRADA de la sexualidad en la persona, en su unidad interior, cuerpo y espíritu; pero también es la integración en la relación de persona a persona, en un don mutuo entero y temporalmente ilimitado: toda la persona, para siempre.
La castidad supone, pues, una doble integración: la del individuo consigo mismo y la de la pareja, dado que la sexualidad humana encierra en sí misma ese doble sentido: ES LA DIMENSIÓN MÁS PERSONAL POR LA QUE CADA UNO SE CONSTITUYE HOMBRE O MUJER, PERO TAMBIÉN LA SEXUALIDAD TIENE UN SENTIDO DE ALTERIDAD: HOMBRE Y MUJER SON EL UNO PARA EL OTRO.