- San JOCUNDIANO, mártir. Túnez. (s. inc.).
- San LAUREANO, mártir. Bourges. (s. III).
- San FLORENCIO, obispo. Cahors, Aquitania. Humilde de corazón, fuerte en la gracia, afable en la palabra. (s. V).
- San VALENTÍN, presbítero y eremita. Aquitania. (s. V).
- Santa BERTA, abadesa. Blangy, Francia. Habiendo ingresado con sus hijas Gertruids y Deotila en el monasterio fundado por ella, pasados unos años, se retiró a una celda donde vivió en completa clausura. (725).
- San UDALRICO, obispo. Baviera. Ilustre por su admirable abstinencia, su generosidad, sus vigilias, que falleció nonagenario tras haber ejercido durante cincuenta años su ministerio episcopal. (973).
- Beato BONIFACIO, obispo. Saboya. De estirpe regia, se retiró a una Cartuja, y elevado después a la sede de Belley, y finalmente a la de Cantorbery, en ambos lugares se entregó al cuidado de su grey. (1270).
- Beato JUAN de VESPIGNANO. Florencia. (s. XIV).
- Beatos JUAN CORNELIO, presbítero, y TOMÁS BORGRAVE, JUAN CAREY y PATRICIO SALMON, seglares; mártires. Dorchester, Inglaterra. El primero llegaría a ser jesuita. Martirizados en tiempos de Isabel I. (1594).
- Beatos GUILLERMO ANDLEBY, presbítero, ENRIQUE ABBOT, TOMÁS WARCOP y EDUARDO FULTHORP, seglares; mártires. York. Condenados a la pena capital por su fidelidad a la Iglesia Católica y, tras pasar por crueles suplicios, morirían. (1597).
- San ANTONIO DANIEL, presbítero y mártir. Canadá. Jesuita. Tras haber celebrado Misa, y cuando estaba en la puerta de la Iglesia protegiendo a sus neófitos del ataque de los indios, fue asaetado y arrojado al fuego. (1648).
- Beata CATALINA JARRIGE, virgen. Mauriac, Francia. Terciaria dominica. Insigne por su entrega a los pobres y a los enfermos, que durante la Revolución Francesa defendió a los sacerdotes perseguidos, a quienes ayudaba y visitaba en la cárcel. (1836).
- Beato PEDRO JORGE FRASSATI, joven. Turín. Militante en varias asociaciones de seglares católicos y gran deportista, que se entregó alegremente y con toda su energía a las obras de caridad en favor de los pobres y enfermos, hasta que, afectado por una parálisis, falleció. (1925).
- Beato JOSÉ KOWALSKI, mártir. Auschwitz, Cracovia. Encarcelado por su fe, y padeció tras atroces tormentos. (1942).
Hoy recordamos especialmente a SANTA ISABEL de PORTUGAL
Hacia el año 1270 nacía en Zaragoza Isabel, hija de Pedro III de Aragón y Constanza de Sicilia, una niña muy especial cuyo carácter piadoso ya se vislumbraba en su infancia y que fue aún más reforzado con una esmerada educación.
A Isabel le agradaba leer vidas de santos, y de ellos y de los buenos ejemplos que veía a su alrededor, tomaba buena nota. Sus educadores se esforzaban también en formar sólidamente ese talante bondadoso que la caracterizaba con enseñanzas como: “tanta mayor libertad de espíritu tendrás cuantos menos deseos de cosas inútiles y dañosas tengas”; y, además, si quería ciertamente agradar a Dios, debía no solamente ser mujer de oración, sino que también debía mortificar sus gustos y caprichos además de huir de toda ocasión de pecado, luchando también contra sus propias inclinaciones y debilidades.
De todos es conocido que, en aquella época, la realeza tenía que emparentar con la realeza, por lo que sus padres buscaron un marido acorde a su dignidad real. Entre los candidatos posibles, el rey Dionisio de Portugal, 9 años mayor que ella, fue el elegido y, a la tierna edad de 12 años se casaron en España, primero por poderes, teniendo lugar el enlace oficial ya en Portugal en el mes de junio.
Me sorprende ciertamente la persona de Santa Isabel ya a esa edad. Si pienso en la juventud actual a la edad de 12 años, no acierto a entender cómo una niña podía ser ya tan madura para vivir la vida realmente dura que le tocó. Yo a los 12 años pensaba poco más que en jugar con muñecas y ni se me habría ocurrido pensar en el matrimonio. Es verdad que no he nacido en familia real y que no vivo en la Edad Media en la que los matrimonios se celebraban a una edad bastante más temprana de lo que se celebran ahora. Eran otros tiempos, pero, ¿y la formación en la fe?; me pregunto si a una niña de esa edad la sacaran de su entorno seguro y la llevaran a otro lugar, ¿de qué manera habría que formarla para que se mantuviera siempre fiel y segura a la educación recibida? No sé, es algo que me ha dado mucho en qué pensar.
Pues bien, ya tenemos a Isabel en la corte de Portugal con todo lo que ello conllevaba de superficialidad, ostentación, conflictos políticos, etc…, además de con un marido que, aunque valoraba extraordinariamente las virtudes de su esposa, no la acompañaba en absoluto. Era un hombre de carácter violento e infiel, que llevaba una vida bastante escandalosa, lo cual hacía sufrir a su virtuosa esposa, que no cesaba de rezar por él y de darle los buenos consejos que, en la medida de lo posible, podía.
A pesar de que Dionisio tenía ese mal carácter y esa vida licenciosa, él permitía a Isabel llevar a cabo todas las buenas obras que hacía sin ponerle obstáculo alguno; tenía plena libertad tanto para llevar a cabo sus pequeñas obras de piedad como visitar a enfermos y ayudar en otras pequeñas necesidades, como en ejecutar ambiciosos proyectos como la construcción de hospitales, casas de acogida para peregrinos e indigentes, conventos para religiosas, casas para mujeres arrepentidas y orfanatos para niños, por todo lo cual el pueblo llano la amaba tiernamente.
Toda esta actividad no impedía a Isabel cumplir con sus obligaciones como reina tanto en la organización de las cosas de palacio y la corte, como en la participación en los grandes acontecimientos palaciegos. De la misma manera, todas estas actividades mundanas no le afectaban lo más mínimo en su vida interior y de fe; sabía mantener un perfecto equilibrio en ambas facetas de su vida.
Dionisio e Isabel tardaron varios años en tener descendencia, pero finalmente nacieron Constanza y Alfonso. Isabel era tan generosa que también acogió en la corte a la descendencia bastarda de su marido, lo cual le acarreó no pocos problemas, especialmente con su hijo Alfonso, porque Dionisio sentía un afecto especial por alguno de sus otros hijos, por lo que Alfonso creció con unos sentimientos de rechazo que le llevaron al enfrentamiento incluso bélico en contra de su propio padre. Supongo que, en medio de los entresijos de la corte, no faltaría quienes tuvieran un especial interés en alimentar ese enfrentamiento por motivos políticos.
Isabel no se quedaba al margen en estos enfrentamientos que le suponían un gran sufrimiento, ¡qué madre no haría lo imposible para que hubiera paz en su familia, especialmente cuando las cosas llegaban al extremo en el que el enfrentamiento entre padre e hijo podría suponer la muerte de uno a manos del otro! Ella llegó a colocarse en medio de los dos bandos en el campo de batalla, hasta que arrancaba de uno o de otro la promesa de abandonar la contienda.
Pero no sólo actuó de pacificadora en este asunto; también su intercesión fue de vital importancia para limar las asperezas que se habían generado entre Portugal y el Papado, no dudó en perder parte de sus derechos para resolver el conflicto que se había generado por los intereses de su cuñado Alfonso, hermano de su marido, y que podría haber llevado a Portugal a una guerra civil… y así un asunto tras otro en los que la intervención de Isabel fue crucial para el mantenimiento de la paz no sólo en Portugal, sino también con Castilla.
El 7 de enero de 1325 murió Dionisio y, a su muerte, Isabel vistió el hábito de clarisa despidiéndose de la corte con estas palabras: «Daos cuenta de que a la vez que al Rey perdisteis a la Reina». De este modo quedó libre de todas las obligaciones en la corte y pudo dedicarse por completo a sus obras de caridad; nunca hizo votos ni quiso renunciar a su patrimonio porque entendía que con él podría seguir llevando a cabo todos los grandes proyectos que había ido realizando a lo largo de su vida.
La última vez en que tuvo que intervenir en un asunto crucial para mantener la paz fue en el conflicto que se generó entre su hijo Alfonso y su nieto Alfonso XI de Castilla. Hizo un largo y duro viaje para disuadir a su hijo. La dureza del viaje y la edad avanzada de Isabel hicieron grave mella en su salud. Agotada y dolorida cayó gravemente enferma. Presintiendo que ya había llegado su momento pidió confesión y oyó misa, no dejando de rezar desde entonces hasta el momento de su muerte.
Murió el 4 de Julio de 1336 habiendo logrado arrancar a su hijo la promesa de que no volvería a haber enfrentamientos entre él y su sobrino rey de Castilla. Trabajó por la paz hasta su último aliento. Su cuerpo fue sepultado en el convento de Santa Clara de Coimbra, produciéndose allí numerosos milagros.