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- Toda dignidad exige reverencia y honor; y mientras más sublime es, tanto mayor obsequio se le debe. Honramos a los Santos porque son amigos y cortesanos de Dios. A la Virgen Santísima tributamos una veneración más especial, porque es Madre de Dios. Pero a la Preciosa Sangre debemos rendir el máximo honor, porque está unida hipostáticamente a la Divinidad, porque es Sangre de un Dios hecho hombre. Almas creyentes, pongamos en práctica eso que nos enseña la fe: encendámonos en el más tierno amor hacia la Divina Sangre, y honrémosla con la más afectuosa devoción.
- A todo bienhechor se le debe amor y gratitud en proporción de los beneficios que comparte. La Preciosa Sangre es el verdadero precio de nuestra redención, ella nos ha reconciliado con el Padre celestial, nos ha hecho amigos e hijos suyos y nos ha conquistado una felicidad sobrenatural, cual es el eterno goce de Dios mismo, bien infinito. En una palabra, nos ha hecho tales beneficios, que no se puede esperarlos mayores. Por tanto, todos debemos encendernos del amor más ardiente, demostrar los más sinceros afectos de gratitud, y profesar sumo reconocimiento a tan benéfica Sangre.