Dios, un padre ausente y atracción de personas por el mismo sexo. Quizá estos son los tres recuerdos más vívidos de la infancia y adolescencia de Peter, un feligrés católico de Nueva Inglaterra que hasta hace diez años se definía como homosexual practicante. Gracias a su lucha por vivir en gracia, acercarse a la luz saliendo de los «mundos oscuros» de la promiscuidad y el acompañamiento de Courage, ha quedado atrás su propio calvario para sanar heridas, aceptar su vida y encontrar una mujer como compañera.
Tal y como cuenta él mismo en la sección de testimonios de Courage, su intrahistoria se remonta a la infancia. Recuerda que no fue como la de muchos niños, asentados en la firme roca que supone el «amor incondicional» de un padre. Pero entonces él no la tenía.
Lo que sí figura entre sus primeros recuerdos es «la presencia de Dios». «Siempre estuvo ahí», asegura.
Pero la carencia afectiva se iba haciendo más grande conforme crecía. Buscaba la aprobación de su padre, y no la tenía. Pasar ratos con él, y tampoco. Su guía… y no estaba. La adicción al trabajo, el alcoholismo y la consiguiente desesperación y soledad le tenían preso.
«Todo eso me dolió, me sentí traicionado y empecé a perder mi amor y respeto por él«, recuerda. Estaba tan ausente que de hecho, mucho antes de lo que se le podría exigir a cualquier niño, él tuvo que ser el apoyo emocional de toda la familia, especialmente de su madre. Desde que era un niño, tuvo que hacerlo todo por ser la roca que nunca tuvo.
La televisión, «el padre perfecto»
Pero la situación no podía sostenerse indefinidamente. Necesitaba una vía de escape y la encontró dentro de sí mismo, en su imaginación, en el aislamiento de su padre y de otros niños con los que no podía identificarse y, en última instancia, en la televisión.
Recuerda que este fue «el escape perfecto. Borró el ruido y la decepción. Me hizo sentir seguro y feliz y me dio algo de lo que reírme. Se convirtió en el sustituto de mi padre, nunca me gritaba ni me menospreciaba y me presentaba adultos amables con los que estar».
Ante la ausencia de un padre, la televisión se convirtió para Peter en el mejor narcótico y sustituto para paliar su dolor… momentáneamente.
Lo que para muchos es «zapping», para él era un rastreo continuo en busca de un buen padre, pero no había ni rastro de atracción por otros chicos… hasta que llegó la pubertad.
En plena época de cambios y sin referentes más allá de una televisión que todavía no adoctrinaba con continuadas cuotas de género, Peter no entendía nada de lo que estaba pasando. Estaba asustado, no sabía nada sobre los sentimientos que estaba empezando a experimentar y por alguna razón «no parecía haber cabida para la atracción por chicas» en él.
De un mal consejo a un oscuro encuentro
Pero Peter seguía creciendo, sin amigos y sin un padre con el que poder hablar, lo que hacía con largas listas de consejeros escolares y universitarios con los que «nunca parecía llegar al quid de la cuestión». Hasta que harto de conversaciones vacías y sin enfoque, le mostró tal cual era a un orientador de la universidad.
«¿Has considerado que podrías ser gay? Podrías encontrar una mayor satisfacción en el sexo con hombres», fue toda su respuesta antes de invitarle a un «grupo de apoyo gay».
Pero no era lo que necesitaba escuchar. Para Peter solo fue «una forma de comprensión equivocada» llena de buenas intenciones que, en el fondo, no le «parecía bien».
Tras ir al grupo de homosexuales por primera vez, tuvo relaciones: «Primero uno, luego otro…» A Peter le parecía como un «suministro interminable de parejas» y aunque el sexo le ayudaba a «olvidar el dolor», con ninguno aguantaba más de algunos meses.
«Bares gay, desfiles, conferencias, restaurantes»… durante años lo probó todo. Solo quería olvidar el dolor con el desenfreno sexual, sin importarle siquiera contraer enfermedades como el SIDA. Sin embargo, un primer «replanteo» sucedió cuando, ya en un frenesí de descontrol accedió a tener relaciones con un extraño de la calle. Buscando un mínimo de conversación le preguntó por su identidad, recibiendo por respuesta «sin nombres, solo sexo, ponte en marcha«.
En el grupo «de apoyo» gay, Peter halló de todo menos paz y consuelo. Era como un «suministro interminable de parejas» en el que solo había «vacío»… hasta que tuvo un encuentro en el que saltaron todas las alarmas.
«¡No puedo hacer esto solo Señor!»
Lo curioso, dice, es que «mientras todo esto sucedía, creía en Dios». Y sabiendo que «algo no anda bien» con esas situaciones, empezó a buscar con mayor intensidad las respuestas en Dios, yendo a misa y rezando, sorprendiéndose continuamente al estallar en lágrimas.
Peter empezó a clamar al Señor entre sollozos, pidiendo desesperadamente su ayuda, cuando de repente, «sucedió». La intervención de Dios se manifestó primero en el consuelo de una amiga católica del trabajo, Mimi, que acabó siendo una de las primeras personas a quien Peter confesó su atracción. Años más tarde recordaría aquel momento de paz como si el mismo Dios le estuviese «recogiendo a través de la niebla, con los brazos de otro«.
Ahora tenía un «Cireneo», un apoyo con quien contar, pero las dificultades permanecían y las noches seguían siendo largas y entre lágrimas hasta que lograba conciliar el sueño, desesperado.
En una noche de desesperación, Peter clamó a Dios en buca de la luz. Y halló respuesta.
Pasaban los años y nada mejoraba, hasta que una noche cualquiera, como si hubiese tocado fondo, sintió que Jesús le invitaba a regresar al camino de la fe. «¡¿Cómo Señor?! ¡¿Cómo puedo?! ¡¿Por qué me has dejado solo otra vez?! ¡No puedo hacer esto solo Señor!», respondía él.
Tras Courage, espera a una mujer en busca de la santidad
Esa misma semana, un amigo con el que llevaba años sin hablar le escribió, hablaron y salió en medio de la conversación Courage, una agrupación de católicos con atracción por personas del mismo sexo que viven esta condición desde la fe.
Fue un antes y un después. «Volví a sentir el abrazo amoroso de Dios, comencé a asistir semanalmente a las reuniones y aprendí una nueva palabra que comencé a vivir, la castidad», recuerda. Desde entonces sintió el apoyo de nuevos amigos en la fe, y un nuevo mundo se abría a su alrededor, salpicado de reuniones, caminatas, visitas a enfermos y oración.
«Eliminé cualquier cosa que me tentaba a regresar a mis adicciones, regalé mi televisión y comencé a asistir a misa y confesarme con frecuencia. Me he recuperado del odio hacia mi padre, le quiero y nos llevamos bien», admite hoy.
¿El dolor? «Se fue». ¿Las tentaciones? Siguen, «pero no con tanta frecuencia» desde que vive «una vida de oración fuerte y la presencia de Cristo en la eucaristía y la confesión«. También ha empezado a conocer y salir con mujeres, lo que considera «una experiencia increíble».
«No tengo relaciones sexuales. Estoy convencido de forjar una amistad primero y esperar al matrimonio. A través de esto estoy encontrando una madurez y satisfacción que nunca tuve en la vida gay y experimentando las tendencias masculinas naturales. Ha sido un largo viaje, pero ha merecido la pena. Los últimos años de vida casta en Cristo han sido verdaderamente los mejores años hasta ahora», concluye.
Lea muchos más testimonios de personas que dejan la vida gay en nuestra sección Homosexuales que dejan de serlo.