La Consagración al Corazón de Jesús, como expone el P. Charles André Bernard, jesuita, añade una “perspectiva particular” sobre nuestra anterior consagración bautismal que consideraremos una “consagración ontológica”, todo nuestro ser.
Esta perspectiva particular implica una CONFORMACIÓN con el Corazón de Jesús, que ratificó el plan de Dios sobre la humanidad.
Basándose en el don de nuestra persona, que entregamos, y en la búsqueda de la unión con Cristo, firme y perenne, la Consagración se vive según las necesidades espirituales de los devotos: unos insisten en la Reparación; otros en la Conversión; otros en la Oblación; otros en el Abandono. Todos estos actos dicen relación directa con el Corazón del Verbo Encarnado. Pero el punto importante es la consideración del compromiso espiritual en unión con los SENTIMIENTOS y las DISPOSICIONES del Corazón mismo de Jesús. He aquí la clave.
La Consagración implica cierta reciprocidad, cierto derecho a la ayuda especial por parte de Dios que ahora nos considerará a través del Corazón de su Hijo. Sería como el punto de llegada, ya que toda Consagración requiere una previa y atenta preparación espiritual sin la cual no merece la pena consagrarse. Pero reconocemos un punto de partida en este acto de entrega, pues exige, desde nuestra libertad, una ejecución continuada que vaya transformando toda la vida según los valores propios y definitorios de la espiritualidad del Corazón de Jesús. Esos valores son APROPIARSE los sentimientos de este Divino Corazón y de PARTICIPAR en la obra de Redención según la vocación personal de cada uno.
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