- SAN METODIO, obispo y mártir. Grecia. Escribió diversas obras en estilo conciso y elegante. Martirizado en la persecución de Diocleciano. (312).
- San GOBANO, presbítero. Neustria. Nacido en Hibernia. En Inglaterra fue discípulo de San Fusco. Se fue a la Galia donde vivió eremíticamente en los bosques. (670).
- San JUAN de MATERA, abad. Apulia. Insigne por su austeridad y su predicación al pueblo. Instituyó la Congregación de Pulsano en la región de Gárgano bajo la Regla de San Benito. (1139).
- Beata MARGARITA EBNER, virgen. Baviera. Dominica. Probada por múltiples enfermedades. Llevó una vida ejemplar ante Dios y los hombres. Escribió sobres sus experiencias místicas. (1351).
- Beato DERMICIO O’HURLEY, obispo y mártir. Dublín. Siendo abogado laico, fue promovido por el papa Gregorio XIII como obispo de Cashel. En tiempo de Isabel I sufrió largos interrogatorios y torturas, rechazando las acusaciones que se le hacían, y llevado al patíbulo, proclamó que moría por la fe y por su ministerio episcopal. (1584).
- Beatos FRANCISCO PASCHECO, presbítero, y OCHO COMPAÑEROS; mártires. Nagasaki. Jesuitas. Fueron quemados vivos. (1626).
- Beatos TOMÁS WHITBREAD, GUILLERMO HARCOURT, JUAN FENWICH, JUAN GAVAN y ANTONIO TURNER, presbíteros y mártires. Jesuitas. Acusados falsamente de tomar parte en una conjura contra el rey Carlos II. Ajusticiados en Tyburn. (1679).
Hoy recordamos especialmente a la Beata MARGARITA BALL
Margarita Bermingham nació en Irlanda, en el seno de una familia de la aristocracia. En 1530, con unos 15 años, se casó con Bartolomé Ball, que fue «bailiff» (alguacil) de Dublin entre octubre de 1541 y octubre de 1542 y «mayor» de la ciudad entre 1553 y 1554. Bartolomé Ball murió al cabo de 38 años de matrimonio, en los cuales tuvo con Margarita nada menos que veinte hijos, pero de los cuales solamente sobrevivieron cinco, tres varones y dos mujeres.
Cuando en 1568 quedó viuda, Margarita pensó emplear su tiempo en alguna buena obra, y así ella, una respetable señora de Dublín, decidió abrir en su casa una escuela donde ofrecer educación y formación a los niños y jóvenes procedentes de familias católicas, las cuales, muy pronto, le mandaron alumnos de todos los rincones del país. La instrucción, la buena educación y la piedad que ella les transmitía acreditaron a los ojos de los padres y de los propios jóvenes la institución de Margarita. A su vez no tenía inconvenientes, corriendo riesgos, en acoger sacerdotes católicos en su casa, pero a finales de los años 1570 fue denunciada y, registrada la vivienda, hallaron a un sacerdote diciendo misa, por lo que Margarita fue a parar a la cárcel, de la que salió pronto con la ayuda de dinero y de algunas personas influyentes. Pero no salió escarmentada, pues continuó su labor educativa y apostólica.
El problema lo tuvo en su propia familia: cuatro de sus hijos siguieron siendo católicos, pero el mayor, Walter, era un protestante decidido y llevaba a mal las amonestaciones de su madre para que se hiciera católico. La cosa se agrió al extremo en que Walter arrestó a su propia madre, la llevó por las calles de la ciudad en un zarzo y la metió en prisión. Seguramente se la acusó de recusar el «Acta de uniformidad». El hecho es que permaneció en la cárcel, donde padeció tanto que su salud se resquebrajó y vino a morir en ella a los 70 años, después de tres años de encierro.