La llamada a la conversión o hacer penitencia, no la podemos soslayar
La llamada a la penitencia es una llamada al valor, a la generosidad, a la entrega a la voluntad de Dios que nos llama a la conversión.
Las penitencias no son única y exclusivamente ayunos y abstinencias, o mortificación física del cuerpo. Hay otros medios que no perjudican la salud, mortificar la vista, el oído, el olfato y sobre todo la lengua. En el vestir y en las comodidades de la vida podemos privarnos de muchas cosas de los pobres.
Y abandonar la dejadez, las curiosidades vanas, las lecturas frívolas, las conversaciones ligeras y peligrosas, las pérdidas de tiempo, las pretensiones del amor propio, de nuestras conveniencias, de nuestras satisfacciones, son medios también para aplacar a Dios, apaciguar su justicia y purificar nuestras almas de las manchas que la deshonran.
No hace falta que busquemos las ocasiones, porque cada día nos vienen encima molestias, penas y dificultades de toda clase, que podemos ofrecer al Señor. Este trabajo penoso, aquella separación cruel, aquellos deberes de estado tan costosos, aceptados y ofrecidos en espíritu de penitencia, expían faltas nuestras y ajenas.