La devoción al Corazón traspasado de Jesucristo fue muy común en la Edad Media, sobre todo en el Monasterio benedictino de Helfta, en el cual profesaron Santa Matilde y Santa Gertrudis.
También surgió en las comunidades dominicanas de Alemania y en las Cartujas de Tréveris, Estrasburgo y Colonia.
Los himnos litúrgicos medievales aluden con frecuencia al Corazón de Cristo.
El culto litúrgico al Corazón de Jesús fue promovido por San Juan Eudes (s. XVII).
A él se debe que el obispo de Remes diese decreto en 1670 concediendo la facultad de celebrar solemnemente cada 31 de agosto esta fiesta en las casas de la Congregación fundada por este santo y usar el formulario compuesto por San Juan para el Oficio y para la Misa.
La idea de ese formulario es la del Amor de Dios para con los hombres, manifestado en su Hijo, el Verbo Encarnado, que pide nuestra correspondencia de amor.
Varias diócesis y congregaciones introdujeron en sus respectivos calendarios la fiesta y el formulario litúrgico, pero hasta 1861 no fueron aprobados por la S.C. de Ritos.
Las apariciones a Santa Margarita María, en Paray-le-Monial (1647-1690) dieron un gran impulso a todo lo referente al Sagrado Corazón, incluido el culto litúrgico, aunque en un ámbito diocesano y particular, según se desprende de las aprobaciones diocesanas de las Misas en honor del Corazón de Jesús.
En un principio, los intentos realizados para que la Santa Sede aprobase la fiesta no dieron buen resultado.
En 1726, se creyó llegado el momento para abordar de nuevo la aprobación de la Misa propia y conseguir una autorización más solemne y universal de su culto.
Los reyes Felipe V de España y Augusto de Polonia, los obispos de Cracovia y de Marsella, así como las monjas Visitandinas, hicieron una petición a Benedicto XIII.
El alma de la propuesta fue el jesuita P. Gallifet.
El Promotor General de la Fe, el futuro Benedicto XIV, no la aprobó por causas filosóficas sobre el corazón como órgano del sentimiento.
Después de los intentos fallidos, el episcopado polaco tomó la iniciativa de hacer una nueva petición a la Santa Sede, en 1763. Se unieron 148 obispos de Europa, y algunos Príncipes. Y en 1765, se aprobó la fiesta por parte de la Sagrada Congregación de Ritos para el Reino de Polonia, los reinos católicos de España y la archicofradía del Corazón de Jesús. El Papa Clemente XIII confirmó esta decisión. La fecha asignada sería el viernes inmediato a la Octava de Corpus.
Se aprobaría el texto de la Misa, cuyo tema principal es el amor misericordioso del Corazón de Jesús. A lo largo del siglo XVIII se irían redactando más Misas.
En 1856, Pío IX extendió la fiesta a toda la Iglesia y prescribió la Misa que entraría en el Misal Romano.
En 1880, esta fiesta se elevó a la categoría litúrgica de primera clase.
Pío XI, en 1928, concedió que tuviera octava privilegiada de tercera clase. Aprobaría una Misa, y el formulario del Oficio divino, cuya idea dominante es al que el mismo Jesucristo expresó al inculcar a la familia católica, por medio de Santa Margarita María: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y de los cuales es tan poco amado”.
Se trata, pues, de una fiesta de reparación; reparación honrosa que glorifica los triunfos pacíficos de ese Amor eterno.
El pueblo fiel acogió la fiesta con gran júbilo.
No era de precepto, pero las iglesias se llenaban; se hacían turnos de adoración ante el Santísimo Sacramento; se ponían colgaduras en las fachadas de las casas; se sacaba en procesión su imagen.
En los libros litúrgicos promulgados por Pablo VI la fiesta tiene rango de “solemnidad”. El formulario es el anterior, básicamente, aunque enriquecido. Se insiste en los inmensos beneficios realizados por Dios en favor de los hombres y en la esperanza que éstos tienen de recibir gracias abundantes. Todos podemos acercarnos al Corazón abierto del Salvador y beber gozosamente de la fuente de la Salvación.