A principios del siglo XIII, la Iglesia estaba inmersa en un enfriamiento espiritual.
En la progresiva decadencia era de temer que el adorable Sacramento de la Eucaristía sufriese la frialdad y la indiferencia de las nuevas generaciones, debidas, en gran parte, a la siembra herética del período anterior, que se dejó sentir de modo muy particular en el sur de Francia durante el siglo XII.
Al tiempo que Simón de Montfort abatía a los heréticos, Dios preparaba a su Hijo, ultrajado por los herejes, un triunfo más pacífico y una reparación más completa.
En 1208, una humilde religiosa hospitalaria, Santa Juliana de Mont-Cornillón, cerca de Lieja, tuvo una visión misteriosa en que se le apareció la luna llena, faltando en su disco un trozo. Después de dos años, le fue revelado que la luna representaba la Iglesia de su tiempo, y que el pedazo que faltaba indicaba la ausencia de una solemnidad en el ciclo litúrgico: DIOS QUERÍA DAR A ENTENDER QUE DEBÍA CELEBRARSE UNA FIESTA NUEVA CADA AÑO PARA HONRAR CON GRAN SOLEMNIDAD A LA SAGRADA EUCARISTÍA, ya que el día de Jueves Santo, por su peculiaridad, no respondía a las necesidades de los pueblos inquietados por la herejía.
Santa Juliana tardó mucho en manifestar su revelación.
Veinte años más tarde se la comunicó a Juan de Lausana, canónigo de San Martín de Lieja, famoso por sus virtudes.
Éste lo consultó con los hombres más insignes que conocía en Lieja.
Todos reconocieron que nada se oponía al establecimiento de la fiesta proyectada; más aún, juzgaron que debía entrar en el calendario litúrgico. El año 1246, después de vencer grandes dificultades, Roberto Torete, obispo de Lieja, dio un decreto sinodal en el que determinaba que, el jueves siguiente a la Santísima Trinidad, se celebrase anualmente una fiesta en honor del SANTÍSIMO SACRAMENTO del ALTAR. El año 1247 se celebró por primera vez.
Por otra parte, en 1261 fue elegido Papa, con el nombre de Urbano IV, el arcediano de Lieja Santiago Pantaleón.
Al tener noticias del milagro de los corporales ensangrentados en Orvieto, en 1264, en Bolsena, los hizo traer a Orvieto donde los depositó en el lugar donde más tarde se levantaría el templo que lo guarda hasta día de hoy.
Enfervorizado el Papa por el milagro, publicó la Bula “Transiturus de hoc mundo”, con la cual instituía para toda la Iglesia la fiesta del Corpus Christi.
Sin embargo, la muerte del Papa, ocurrida dos meses después, en octubre, motivó que la Bula surtiese efecto cincuenta años más tarde, al ser confirmada por el Papa Clemente V, en 1312.
Poco después fue incluida en las “Constituciones Clementinas”, del “Corpus Iuris”, publicadas por Juan XXII en 1317.
La Solemnidad del Corpus Christi se difundió rápidamente por toda la Cristiandad de Occidente.