- San MAXIMINO. En Aix-en-Provence, Galia. Fue el que inició el cristianismo en esa ciudad. (s. I).
- San GILDARDO, obispo. En Rouen. (514).
- San MEDARDO, obispo. En Soissons, Galia. Al frente de la sede de San Quintín, se trasladó a Noyon donde trabajó para la conversión del pueblo del paganismo a la fe. (560).
- San FORTUNATO, obispo. En Fano, Italia. Se ocupó de la redención de cautivos. (s. VI).
- San CLODULFO, obispo. En Metz. Hijo de San Arnulfo y consejero real. (660).
- San GUILLERMO FITZHERBERT, obispo. En York. Varón amable y benigno. Depuesto injustamente de su sede, se retiró entre los monjes de Winchester, y tras ser restituido en sus funciones, perdonó a sus enemigos y favoreció la paz entre todo el pueblo. (1154).
- Beato JUAN DAVY, diácono y mártir. En Londres. Cartujo. Bajo Enrique VIII, por su fidelidad fue encarcelado y sometido a crueles torturas. Murió finalmente de hambre. (1537).
- Beato JACOBO BERTHIEU, presbítero y mártir. En Madagascar. Jesuita. Tanto en la paz como en la guerra trabajó duro en favor del Evangelio, y tras ser expulsado hasta tres veces de las misiones, fue encarcelado e invitado vanamente a la apostasía, siendo muerto por odio a la fe. (1896).
- Beata MARÍA del DIVINO CORAZÓN de JESÚS DROSTE zu VISCHERING, religiosa. Oporto. Promovió con tesó la devoción al Sagrado Corazón. (1899).
- Beata MARÍA TERESA CHIRAMEL MANKIDIYAN, virgen. En Kerala, India. Insigne por su vida eremítica en medio de una austera penitencia, buscó a Cristo en los más pobres y abandonados y fundó la Congregación de Religiosas Misioneras de la Sagrada Familia. (1926).
Hoy recordamos especialmente al Beato NICOLÁS MEDDA de GESTURI.
Juan Medda, en religión «Fray Nicolás», nació en Gésturi, provincia de Cagliari y archidiócesis de Oristano (Italia), el 5 de agosto de 1882, en una familia de humilde condición social, muy honrada y religiosa. Fue bautizado al día siguiente de nacer en la iglesia parroquial de Santa Teresa de Avila. El 2 de junio de 1886 recibió el sacramento de la confirmación. Muy pronto quedó huérfano de padre y madre. Fue acogido en casa de su hermana mayor, ya casada. Después de concluir los estudios primarios, comenzó a trabajar en el campo. Recibió la primera comunión el 18 de diciembre de 1896.
Desde muy joven sintió que tenía vocación religiosa, pero la pobreza le impidió seguirla. La curación de una dolorosa enfermedad reumática fue la ocasión para poder hacer realidad ese sueño. En 1911, a los 29 años, a impulsos del párroco de Gésturi, entró como terciario oblato en el convento capuchino de San Antonio de Cagliari. El 30 de octubre de 1913 vistió el hábito y tomó el nombre de fray Nicolás. Terminado el año de noviciado, emitió la primera profesión el 1 de noviembre de 1914, y el 16 de febrero de 1919 hizo la profesión solemne.
Sus diez primeros años de vida religiosa los pasó en distintos conventos de Cerdeña, en los que desempeñó principalmente el oficio de cocinero. En 1924 fue trasladado a Cagliari, donde permaneció 34 años, cumpliendo el oficio de «limosnero». Muchísimos, al encontrarse con él, le hacían confidencias, le pedían consejo y oraciones para conseguir favores espirituales o materiales; nació así la costumbre de llamarlo junto al lecho de los enfermos, tanto en casa como en los hospitales.
Sucedieron curaciones extraordinarias, que mostraban la mano de Dios a través del pobre hermano. Se extendió rápidamente su fama de santidad y su poder taumatúrgico. Su vida constituía para todos una llamada a la conversión, a la oración, al amor y al servicio del Señor y de los hermanos.
Fray Nicolás se caracterizó por el silencio, la fidelidad inquebrantable, la piedad, el celo por las almas y la caridad hacia los necesitados que encontraba en su itinerario diario al pedir la limosna.
Supo afrontar todas las dificultades con admirable paciencia y caridad, actuando con rectitud, valor y perseverancia. El eje fundamental de su personalidad moral y espiritual era su profundo espíritu de oración, que se manifestaba en su actitud contemplativa habitual, incluso en medio de las ocupaciones diarias. En su comportamiento se reflejaba la presencia de Dios y una constante unión con el Señor. Cada uno de sus actos y palabras se transformaba en oración ardiente y continua.
Murió el 8 de junio de 1958, a los 76 años de edad, tras varios días de enfermedad.