La fiesta de la Santísima Trinidad entró lentamente en el Calendario Romano.
El culto a la Santísima Trinidad se desarrolló en los monasterios benedictinos de los siglos IX-XI.
Esta devoción se caracteriza por la inserción en el Oficio de numerosas oraciones dirigidas a la Trinidad Beatísima, por la celebración de una Misa votiva en honor de tan adorable misterio cada domingo libre y por la creación de un número muy importante de cantos y escritos en prosa.
A finales del siglo X, muchos monasterios benedictinos de Alemania prescribieron que esta Misa debía usarse desde el primer domingo después de Pentecostés hasta Adviento. En ese mismo siglo, Cluny la transformó en una fiesta propiamente dicha. Durante mucho tiempo fue una fiesta típica y exclusivamente benedictina.
El Papa Alejandro III (XII), en carta al obispo de Terdón le decía: “Algunos han comenzado a celebrar la fiesta de la Santísima Trinidad en el día de la Octava de Pentecostés; otros en el último domingo del año eclesiástico. La Iglesia Romana no adopta tal costumbre”. Y explica el motivo: todo domingo, más aún, cada día, conmemora tan augusto misterio.
Hubo oposición a la fiesta por parte de algunos notables.
Pero esta oposición no frenó el entusiasmo de los monasterios y de otros lugares por esta devoción tan insigne y tan conforme al espíritu del cristianismo.
No consta que descartar la celebración de las témporas de verano, que coincidía con la semana siguiente a la fiesta de Pentecostés, y provocaba que el domingo siguiente fuera vacante, como todos los domingos siguientes a las grandes vigilias nocturnas. Parece natural que, al caer esto en desuso, se escogiera para ese domingo el texto de la Misa votiva de la Santísima Trinidad antes indicada.
El formulario antiguo era más bien abstracto y muy especulativo, y tenía puesta la mirada en la expresión de la fe de la Iglesia de un solo Dios y tres personas distintas. Todavía aparece esta vertiente tomados del formulario precedente; sin embargo, en otras de nueva creación, como la oración colecta y las preces de la Liturgia de las Horas, se tiene más en cuenta la “actuación” de las tres divinas Personas con su unidad de naturaleza, y con la que a cada una le es propio como Persona, en la misma perspectiva en que aparece este misterio adorable en la Sagrada Escritura.
Toda gracia o don que se nos da en la Trinidad, escribía San Atanasio, se nos concede por el Padre, a través del Hijo, en el Espíritu Santo.
Una síntesis de esta doctrina se encuentra en la bellísima oración colecta de la nueva liturgia promulgada por Pablo VI.