- Santos POTINO, obispo, y CUARENTA Y SEIS COMPAÑOROS, mártires. En Lyon. El obispo Potino, ya nonagenario, en tiempo de Marco Aurelio, falleció al poco de ser encarcelado, y algunos otros también murieron en prisión, mientras los restantes fueron expuestos como espectáculo en el teatro, ante miles de personas, donde los que eran ciudadanos romanos perecieron decapitados, y los demás entregados a las fieras. Por último, BLANDINA, reservada para un combate más cruel y prolongado, después de haber alentado a sus compañeros, les siguió a la gloria al ser decapitada, tras padecer crueles torturas. (177).
- San ERASMO, obispo y mártir. En Campania. (303).
- San EUGENIO I, papa. En Roma. (657).
- San NICÉFORO, obispo. En el Bósforo. Obispo de Constantinopla. Tenaz defensor de las tradiciones, se opuso con decisión al emperador iconoclasta León, el Armenio, sosteniendo el culto de las sagradas imágenes. Expulsado, fue relegado largo tiempo en un monasterio, donde falleció. (s. VII).
- San GUIDO, obispo. en Acqui, Italia. (1070).
- San NICOLÁS, peregrino. En Trani, Italia. Natural de Grecia, recorría toda la región llevando un crucifijo en la no y repitiendo constantemente “Señor, ten piedad”. (1094).
- Beatos SADOC, presbítero, y COMPAÑEROS; mártires. Polonia. fueron víctimas de los tártaros mientras cantaban la “Salve Regina”. (1260).
- Santo DOMINGO NINH, mártir. En Tonkín. Joven agricultor. Por no querer pisar la cruz, fue decapitado. (1862).
Hoy recordamos especialmente a los SANTOS MARCELINO y PEDRO
Marcelino y Pedro se encuentran entre los santos romanos que se conmemoran en el canon I de la misa. Marcelino era un prominente sacerdote en Roma durante el reinado de Diocleciano, mientras que Pedro, según se afirma, era un exorcista. Debido a un error de lectura del Hieronymianum, se había llegado a la conclusión de que otros mártires perecieron con ellos, en número de cuarenta y cuatro, y así lo consignaba el anterior Martirologio Romano, lo que fue enmendado en el actual. Un relato muy poco digno de confianza sobre su pasión, declara que ambos cristianos fueron aprehendidos y arrojados en la prisión, donde tanto Marcelino como Pedro mostraron un celo extraordinario en alentar a los fieles cautivos y catequizar a los paganos, para obtener nuevas conversiones, como la del carcelero Artemio, con su mujer y su hija. De acuerdo con la misma fuente de información, todos fueron codenados a muerte por el magistrado Sereno o Severo, como también se le llama. Marcelino y Pedro fueron conducidos en secreto a un bosquecillo que llevaba el nombre de Selva Negra, para que nadie supiera el lugar de su sepultura y se les cortó la cabeza. Sin embargo, el secreto se divulgó, tal vez por medio del mismo verdugo que posteriormente se convirtió al cristianismo.
Dos piadosas mujeres, Lucila y Fermina, exhumaron los cadáveres y les dieron conveniente sepultura en la catacumba de San Tiburcio, sobre la Vía Labicana, no sin recoger antes algunas reliquias.