Este acontecimiento CONFIRMA el contenido de la Anunciación.
Se da el primer encuentro entre Jesús y su Precursor, San Juan Bautista, en el seno de las dos madres, María e Isabel.
El relato podría hacernos pensar en el traslado del Arca de la Alianza a Jerusalén por parte del Rey Davi (2Sam 6, 2-11).
La “prisa” de María parece un signo de alegría que más tarde se expresa en el cántico del “Magníficat”.
El relato está impregnado de profundo gozo, contemplado en el niño Juan que exulta de alegría en el seno de su madre.
El saludo de Santa Isabel alude a la alabanza dirigida a Judit por haber matado al jefe de los enemigos “Bendita seas, hija del Dios Altísimo más que todas las mujeres de la tierra” (Jdt 13, 18). Saludo que tiene presente el carácter divino del Niño.
Esta observación se confirma en el mismo texto de San Lucas cuando nombre “madre de mi Señor” (Lc 1, 43). En efecto, Jesús no es grande “ante el Señor” como Juan Bautista (Lc 1, 15), sino “grande” en sentido propio y absoluto, “hijo del Altísimo” (Lc 1, 32), el “Señor” propiamente.
“Madre del Señor” aparece, así como sinónimo para el título posterior de MADRE DE DIOS.
La última frase del pasaje recuerda el final del pasaje de la Anunciación, la respuesta llena de confianza al mensaje de San Gabriel, el Arcángel: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1, 45).
La Bienaventurada Virgen María es mostrada, pues, como la primera persona creyente del Nuevo Testamento, la primera realización concreta de la fe en Jesucristo.