TEMOR DE DIOS
El primer efecto que el Espíritu Santo produce en el alma es el temor de Dios.
Esta expresión nos desconcierta pues preferimos hablar de amor de Dios. normal. Pero es un temor que no debemos ignorar.
Hay un temor que viene siendo “miedo”, pasión poco honrosa y muy humana.
Hay un temor propio de las almas mediocres que se ocultan de Dios por miedo (Adán y Eva). Este temor no tiene cabida en el Reino de Dios.
Hay un temor servil que sirve a Dios por temor al infierno. Piensa que si no hubiera infierno actuaría de otro modo. Este temor es malo porque es capaz de engendrar pecado. Sin embargo, tiene su parte positiva pues, a la espera de sobrenaturalizar los motivos, ayuda, al menos, a huir del pecado. Hay que esperar que el rechazo a pecar sea por amor.
Hay un temor filial, el de los hijos, no el de los mediocres ni el de los serviles. Capta en Dios toda su Bondad que lo lleva a volcarse en El. Siente temor porque descubre la santidad suma en Dios y el pecado en sí mismo. Es el temor de un niño que se lanza a los brazos de su Padre.
¿Qué es realmente lo que tememos?
Tememos separarnos de Dios, tememos menos a dios que a nuestro deseo de pecar. Tememos dejarnos llevar por nuestra voluntad contrariando la Suya.
El alma que ha recibido el don de temor y siente miedo de separarse de Dios; que se entrega plenamente en sus manos para no verse abandonada de El; que hace su voluntad y trata de huir del pecado y de sus ocasiones, entra en el estado de temor de Dios. El alma es ahora “temerosa” según el Espíritu Santo.
Estas almas son notables por la rectitud de su comportamiento: ocupan su puesto, correctas, alejadas de cualquier exceso; son amables, incluso agradables sin exageración por Dios; ese sentimiento anima sus pensamientos, sus juicios, su modo de obrar; muestra una actitud modélica; las posee el temor, el auténtico temor según el Espíritu Santo: un temor que no paraliza de espanto porque es filial, pero que impone respeto e impide ceder a los impulsos de la naturaleza.
FORTALEZA
La fortaleza es una virtud de gran importancia en la vida cristiana. No basta tener pensamientos elevados: hemos de contar con una firme voluntad al servicio de los mismos.
Por esta razón, el Espíritu Santo ha incluido la virtud de la fortaleza entre los dones que nos otorga con la Gracia.
Se puede adquirir a base de repetir actos. Pero es, también, una virtud que Dios nos ha dado en el bautismo. Que llevamos germinalmente y que debemos cultivar.
El Espíritu Santo nos concede la fortaleza sobrenatural que necesitamos. No podemos ser almas pusilánimes, insignificantes, mediocres, anodinos. Debemos ser almas acordes con su fin, almas vigorosas que no retroceden, que no dudan y que se dan plenamente. TENEMOS QUE IR AL CIELO, TENEMOS QUE QUERER IR AL CIELO.
Sabemos que la gracia todo lo puede. Sabemos que recibimos la ayuda divina cuando la pedimos tras recibir una “luz divina”. Sabemos que, tantas veces, fracasamos. NECESITMOA ALGO MÁS, UNA MAYOR AYUDA DIVINA.
El Espíritu Santo se compadece de nuestra debilidad y, como no desea dejarnos únicamente con las fuerzas que nos otorga, las completa con un don. El don de la fortaleza acude en ayuda de la virtud. El don no está basado en las energías humanas que poseemos, sino que procede del Espíritu Santo. Y, cuando el Espíritu Santo se apodera de nosotros, nos vemos irresistiblemente impulsados y no sometidos ya a los titubeos de nuestro gobierno personal