Lo que de ti quiere Dios, alma, que eres su imagen viva, comprada con la sangre de Jesucristo, es que llegues a ser santa, como El, en esta vida, y glorificada, como El, en la otra.
Tu vocación cierta es adquirir la santidad divina; y todos tus pensamientos, palabras y obras, tus sufrimientos, los movimientos todos de tu vida a eso se deben dirigir; no resistas a Dios, dejando de hacer aquello para que te ha criado y hasta ahora te conserva. ¡Qué obra tan admirable! El polvo trocado en luz, la horrura en pureza, el pecado en santidad, la criatura en su Criador, y el hombre en Dios. Obra admirable, repito, pero difícil en sí misma, y a la naturaleza por sí sola imposible. Nadie si no Dios con su gracia y gracia abundante y extraordinaria puede llevarla a cabo; la creación de todo el universo no es obra tan grande como ésta.
Los medios de salvación y santificación son de todos conocidos; señalados están en los Evangelios, explicados por los maestros de la vida espiritual, practicados por los santos. Todo el que quiera salvarse y llegar a ser perfecto necesita humildad de corazón, oración continua, mortificación universal, abandono en la Divina Providencia y conformidad con la voluntad de Dios.
Para poner en práctica todos estos medios, nadie duda que la gracia de Dios es absolutamente necesaria y que a todos se da…
Dios no da a todos los mismos grados de gracia, aunque da a cada uno la suficiente. El alma fiel con mucha gracia hace grandes cosas, y con poca gracia pequeñas. Lo que avalora nuestras acciones es la gracia dada por Dios y seguida por el alma. Estos principios son incontestables.
Todo se reduce, pues, a hallar un medio fácil con que consigamos de Dios la gracia necesaria para ser santos, y éste es el que te voy a enseñar.
Digo, pues, que para hallar esta gracia de Dios HAY QUE HALLAR A MARÍA.