El texto del Génesis resalta la vocación del hombre al trabajo.
La Tradición y el Magisterio lo han interpretado en el sentido que el encargo de trabajar deriva de la “imagen de Dios” impresa en el hombre.
La narración bíblica, después de resaltar que el hombre –varón y hembra- han sido creados “a imagen de Dios”, señala su misión como encargo de “dominar la tierra”.
Por tanto, cabe definir al hombre como “animal faber”. En efecto, el animal tiene ciertas actividades, pero todas ellas en función de subsistir, alimentase y procrear.
Además, el animal es el prototipo del uso de la fuerza como medio de trabajo, mientras que el hombre emplea de modo primario la inteligencia y el empeño de su voluntad.
Sólo el hombre es capaz de otras actividades, de forma que “elabora” su propio alimento y “confecciona” su vestido.
Asimismo, frente al nido del pájaro o la cueva de los animales, el hombre construye su vivienda y fabrica los instrumentos de su trabajo.
La técnica elaborada por la actividad humana es señal de esa vocación natural del hombre al trabajo. El arte es fruto de su espíritu creador: desde la mina de ora hasta el escaparate de la joyería, acompaña a la materia la actividad del trabajo humano.
El hombre es un “ser trabajador”, pues, espontáneamente, se dedica a una actividad siempre creadora. El animal se mueve y corre, se defiende y pelea en virtud de un instinto vital. El hombre, por el contrario, se dedica de un modo u otro a la actividad inventiva, pues el hombre ha nacido para el trabajo como el ave para volar (Pío XI).