Ése debe ser el único fin de la orientación sobrenatural de nuestra alma.
Son palabras que contienen una inmensa riqueza. Lo abarcan todo, iluminan nuestra vida, la orientan, la divinizan; todos los que han vivido de sólo Dios confirman esta verdad. Han conquistado una ciencia superior a toda ciencia, y han saboreado ya sobre la tierra una felicidad inalterable.
A Dios no le vemos, pero la fe lo descubre por todas partes, llenándolo todo, dando vida a cuanto existe. Hay que buscar a Dios, sólo a Dios, lo demás es menos que nada. El lo es todo, y fuera de El, todo es nada, menos que nada, una sombra pasajera. Pero nos cuesta aceptar esta doctrina. Buscamos lo visible, lo que se toca. Lo invisible nos desconcierta. Lo que no cae bajo los sentidos, lo despreciamos, o lo descuidamos.
En adelante, estas palabras: sólo Dios, sean nuestro lema. La vida nos pasa con rapidez. Pasaremos, y muy pronto nadie se acordará de nosotros.
Así pues, sólo Dios en nuestros pensamientos; sólo Dios en nuestras intenciones; sólo Dios en nuestros afectos; sólo Dios en nuestros trabajos; sólo Dios en nuestras penas y en nuestras alegrías: El está en todas partes, es el Todo y lo demás menos que nada.