La intimidad con Jesús por la Comunión trae como consecuencia necesaria la comunión con sus dolores.
Por eso la devoción a la Pasión de Nuestro Señor es una de las más fecundas en frutos de gracia y santificación. Es la “devoción de los predestinados”, porque conduce por los caminos de la perfección hasta la santidad. Esto se explica porque el recuerdo frecuente de los sufrimientos de Nuestro Señor es un freno que reprime nuestro atractivo al placer y nuestra natural inclinación al mal.
Como la vida está llena de amarguras y dolores, es útil y preciosa la devoción que nos mueve al valor, a la paciencia y a la resignación.
Y esta devoción que para nosotros es un manantial de gracias y bendiciones, es también amada por Nuestro Señor; porque su Corazón es sensible a los mismos sentimientos que hace latir nuestro pobre corazón.
Meditemos todos los días unos instantes su Pasión para salir de nuestra esterilidad, de nuestra oscuridad, y de nuestra falta de fervor.