Entre la caída del Imperio y el nacimiento de la Europa medieval, el Occidente cristiano tuvo en el papa San Gregorio Magno uno de sus más singulares valedores. Con él se pone un broche de oro a la era de los Santos Padres (se podría seguir perfectamente hasta San Juan Damasceno, por poner un ejemplo, ya del siglo VIII-IX), y culminamos esta serie de artículos.
Al igual que uno de sus predecesores, San León I, el Padre que protagoniza esta exposición llevó el apelativo de “Magno”.
Con él se distingue de los tres grandes Gregorios que vivieron antes que él: el español Gregorio de Elvira, y los Capadocios, esto es, Gregorio de Nacianzo y Gregorio de Nisa.
Nombre ilustre, pues, entre los Santos Padres, que además expresa muy bien su misión, pues su nombre, “Gregorio”, significa “el que vela”.
Velar por la doctrina recibida de la Tradición y vigilar la vida de la Iglesia para fortalecerla y desarrollarla, como hace un padre con sus hijos, son dos de las grades tareas desempañadas por los Santos Padres en la Antigüedad.