Como en otras grandes provincias de Roma, el cristianismo llegó muy rápido a tierras españolas en su expansión por el Imperio.
Tal y como ocurrió en Asia, Siria, Roma, África, Egipto, las calzadas y las vías marítimas trajeron pronto a Hispania la semilla de la fe cristiana, que tantos frutos habría de dar.
Cuanto esto ocurrió, Hispania estaba ya enteramente conquistada, pues a finales el siglo I a.C. Octavio controlaba los últimos núcleos de resistencia en el norte, dos siglos después de las primeras incursiones romanas por la costa mediterránea.
Esta Hispania ya romanizada nos da entre los siglos I y V, el periodo en el que estamos visitando a los Padres de la iglesia, un rico testimonio de vida cristiana.
Los romanos dividen Hispania primero en tres provincias: Tarraconense, Baetica y Lusitania.
A partir de Diocleciano en seis Tarraconensis, Gallaecia, Carthaginensis, Baetica, Lusitania y Mauretania.
En todas ella hay eco de la predicación cristiana desde muy remotos tiempos.
Son conocidas las tradiciones que remiten la evangelización de Hispania a los mismos apóstoles.
El hecho de que san Pablo expresara en la Carta a los Romanos su propósito de venir a Hispania ha servido de punto de partida para la hipótesis de una presencia del apóstol en el Mediterráneo español.