Al hombre le falta voluntad. Querer con energía, con perseverancia, es algo poco frecuente. Pero debemos querer así.
Para lograr nuestra santificación, hay que querer, y querer decididamente.
Digamos desde hoy: con la ayuda de la gracia, quiero salvarme, quiero llegar a ser santo.
El fin de nuestra vida no es otro. Dios no nos ha creado más que para conocerle, amarle y servirle, y de este modo poseerle eternamente.
No hemos de perder jamás este objetivo. Desde el despertar hasta la última hora de cada uno de nuestros días, hemos de tener presente el pensamiento de nuestra salvación eterna. Todo debe derivar de ahí y volver ahí. Cada uno de nuestros actos debe hacerse teniendo en cuenta este fin y tendiendo a él con rectitud.
Sepamos querer.
Querer a Dios, su santísima voluntad, su servicio, sin que nos doblegue la malicia, la apatía, o la dejadez.