Hoy, 2 de abril, la Iglesia celebra a

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  1. San ANFIANO, mártir. En Cesarea de Palestina. Viendo como en tiempo de Maximino se obligaba al pueblo a sacrificar a los dioses en público, se acercó intrépido al prefecto y quiso impedir el rito. Lo quemaron vivo, y lo arrojaron al mar. (306).
  2. Santa TEODORA, virgen. En Cesarea de Palestina. Natural de Tiro. En la misma persecución, por haber saludado a los confesores de la fe que estaban en el tribunal, fue detenida por los soldados y llevada ante el prefecto, por lo que fue muy vejada y arrojada al mar. (307).
  3. San ABUNDIO, obispo. En Como. Enviado a Constantinopla por San León Magno, defendió la ortodoxia. (468).
  4. San VÍCTOR, obispo. En Capua. Destacó por su erudición y santidad. (554).
  5. San NICECIO, obispo. En Lyon. Se distinguió por su dedicación a los pobres y su bondad con los sencillos. Enseñó una norma para salmodiar. (573).
  6. San EUSTASIO, abad. En Burgundia. Discípulo de San Columbano. Padre de 600 monjes. (629).
  7. Beatos DIEGO LUIS de SAN VITORES, presbítero, y PEDRO CALUNGSOD, catequista, mártires en Guam, Oceanía. Por odio a la fe fueron precipitados al mar por los paganos. (1672).
  8. Beato LEOPOLDO de GAICHE, presbítero. En Umbría. Franciscano. (1815).
  9. Santo DOMINGO TUOC, presbítero y mártir. En Tonkín. Dominico. (1839).
  10. Beata ISABEL V DRAMINI, virgen. En Padua. Dedicó su vida a los pobres. Fundó el Instituto de Hermanas Terciarias Franciscanas Isabelinas de Padua. (1860).
  11. Beato FRANCISCO COLL, presbítero. En Vic. Dominico. Al ser injustamente exclaustrado, siguió predicando. (1875).
  12. Beato GUILLERMO APOR, obispo y mártir. Györ, Hungría. En tiempo de guerra abrió su casa a unos prófugos, y por defender a unas muchachas de los soldados, fue herido un Viernes Santo. Murió a los tres días. (1945).
  13. Beato NICOLÁS CARNECKYJ, obispo y mártir. En Ucrania. Siguió fiel a Cristo pese a las persecuciones comunistas. (1959).
  14. Beata MARÍA de SAN JOSÉ ALVARADO, virgen. Fundó la Congregación de Hermanas Agustinas Recoletas del Sagrado Corazón de Jesús, siempre solícita en favor de las jóvenes huérfanas, de los ancianos y de los pobres abandonados. (1967).

Hoy recordamos especialmente a SAN FRANCSICO COLL

Nació en Gombrèn, diócesis de Vic y provincia de Gerona (España), el 18 de mayo de 1812 y al día siguiente recibió el bautismo. Era el menor de diez hermanos. Al poco tiempo murió su padre, y su madre se defendió entre mil dificultades económicas.
Desde la infancia se sintió inclinado al sacerdocio y en 1823 ingresó en el seminario de la capital de su diócesis, donde cursó estudios humanísticos y el trienio filosófico. En 1830 ingresó en la Orden de Predicadores en el convento de la Anunciación de Gerona. Tras el año de noviciado y la profesión religiosa, se entregó al estudio de la teología y recibió las órdenes sagradas hasta el diaconado inclusive.

En agosto de 1835, cuando el Gobierno central decretó la suspensión de las Órdenes religiosas, se vio obligado a abandonar el convento con sus hermanos de comunidad. Vivió con una fidelidad extraordinaria a sus reglas, obediencia fiel a los superiores y un gran amor a todo lo que constituía su vocación dominicana, a pesar de que a lo largo de la vida no fue posible restaurar convento alguno de frailes de la Orden de Predicadores en el territorio de la provincia de Aragón, a la que pertenecía.
Recibió el presbiterado en Solsona el 28 de mayo de 1836 y, al comprobar que no se autorizaba la reapertura de conventos, de acuerdo con los superiores ofreció su servicio ministerial al obispo de Vic. Este lo envió como coadjutor a la parroquia de Artés, primero, y poco después, en diciembre de 1839, a la de Moià.
Desde el comienzo de su entrega al ministerio asumió tareas que iban más allá de las estrictamente parroquiales. El celo que le devoraba lo salvó de la inercia de la exclaustración. En un principio formó parte de la «Hermandad apostólica» que promovió san Antonio María Claret, y se entregó a predicar ejercicios espirituales y misiones populares. Este último, arzobispo y fundador de los Hijos del Corazón Inmaculado de María, decía sobre su compañero de predicación: «Donde yo predico, todavía puede venir el padre Coll a añadir algo; pero donde predica él, a mí ya no me queda nada que hacer». En 1848 recibió el título de «misionero apostólico». Varios prelados lo llamaron a sus diócesis para que desarrollara una predicación misionera, que fue pacificadora en tiempo de frecuentes conflictos civiles. Su nombre se hizo popular en las diferentes comarcas de Cataluña.
Reclamaban a porfía su predicación evangélica orientada a reavivar la fe en medio del pueblo de Dios y a conseguir el retorno de los alejados a las prácticas religiosas. Se valió muy especialmente del rosario, que propagó entre la gente de pueblos y ciudades por medio de la renovación de cofradías, establecimiento del «Rosario perpetuo» al que se apuntaban miles de personas, e instrucciones dirigidas a los fieles para que meditaran con fruto sus misterios. Con este mismo objetivo publicó pequeños libros, titulados «La hermosa rosa» y «Escala del cielo», de los que se hicieron varias ediciones con gran número de ejemplares en cada una de ellas, porque los distribuía abundantemente en las misiones. Predicaba todos los años la cuaresma y los meses de mayo y octubre en honor de María en núcleos importantes por su población, como Barcelona, Lérida, Vic, Gerona, Solsona, Manresa, Igualada, Tremp, Agramunt y Balaguer…
Al comprobar la ignorancia religiosa y la falta de correspondencia a las normas de la vida cristiana por parte de los bautizados, fundó el 15 de agosto de 1856 la congregación de Hermanas Dominicas de la Anunciata, para la santificación de sus miembros y la educación cristiana de la infancia y de la juventud, muy afectadas por el abandono y la ignorancia religiosa. Actualmente está presente no sólo en Europa, sino también en América, África y Asia.
La entrega a la predicación, particularmente por medio de ejercicios espirituales dirigidos a sacerdotes y religiosas, misiones populares, cuaresmas, novenarios y otros modos de evangelización continuó hasta el fin de su vida, aun cuando en los cinco últimos años se vio afectado por una apoplejía progresiva y la consiguiente ceguera, que se le declaró el mismo día en que los obispos del mundo católico se reunían en Roma para iniciar los trabajos del concilio Vaticano I.
Falleció santamente en Vic el 2 de abril de 1875.