- San MODESTO, obispo. Jerusalén. Después de que la Ciudad Santa fuese conquistada y devastada por los árabes, reconstruyó monasterios y los llenó de monjes, y con mucho trabajo rehízo los santuarios destruidos por el incendio. (634).
- SANTOS SOLDADOS, mártires. En Palestina. En tiempo del emperador Heraclio, a causa de su fe en Cristo fueron muertos por los sarracenos que asediaban Gaza. (638).
- San JUDICAEL, rey. En Bretaña Menor. Procuró la concordia entre los bretones y los francos, y, tras abdicar de su realeza se retiró en un monasterio. (650).
- Santa BEGA, viuda. En Brabante, Francia. Después del asesinato de su esposo, fundó el monasterio de la Bienaventurada Virgen María, bajo la Regla de San Columbano y San Benito. (693).
- San ESTURMIO, abad. En Austrasia, Alemania. Discípulo de San Bonifacio, que evangelizó Sajonia, y por mandato del maestro edificó este célebre monasterio que gobernó como primer abad. (779).
- San CRISTÓBAL de COLLESANO, monje. en la región italiana de Lucania. Trabajó por extender la vida monástica. (s. XI).
- Santa VIVINA, abadesa. Cerca de Bruselas. Primera abadesa del monasterio de la Beata María de Grand-Bigard. (1171).
- San JOSÉ MANYANET y VIVES, presbítero. En Barcelona, España. Fundó las Congregaciones de Hijos e Hijas de la Sagrada Familia, para que, a ejemplo de la Santa Familia de Nazaret, todas las familias se orientaran hacia la perfección. (1901).
- Beata MATILDE del SAGRADO CORAZÓN, virgen. Don Benito, España. se consagró con diligencia al auxilio espiritual y, sobre todo, material de los pobres, y fundó la Congregación de Hijas de María, Madre de la Iglesia. (1902).
- Beato JACINTO CORMIER, religioso. En Roma. Gobernó prudentemente la Orden de Predicadores, fomentando los estudios teológicos y espirituales. (1916).
Enrique Cormier nació en Orleáns (Francia) el 8 de diciembre de 1832. Ingresó en la Orden de Predicadores y se ordenó siendo tan joven que el obispo Dupanloup tuvo que pedir a la Santa Sede dispensa por motivos de edad y aducía como razón «la especial devoción del ordenando». A los pocos días el joven sacerdote se despidió de los suyos y se dirigió al noviciado dominicano de Flavigny. Tomó el hábito de Santo Domingo y desde entonces su nombre sería Jacinto María.
Aunque los biógrafos no se detienen en esta decisión del beato Cormier de ingresar a la Orden de Predicadores habiéndose ordenado ya, cabe aquí preguntarnos qué fue realmente lo que sedujo a este joven francés en aquel tiempo para que quisiese tomar el hábito dominicano. Sin embargo, de acuerdo con lo que los biógrafos han escrito acerca de Jacinto, parece que el seguimiento de Jesucristo bajo el estilo de vida y proyecto de santo Domingo de Guzmán fue lo que ayudó para que el joven Jacinto pidiera su ingreso en la comunidad dominicana.
Tenía un exquisito sentido de la urbanidad y de la caridad fraterna. Fue amante de la pobreza, sincero en la humildad, penitente, y amante del silencio; pues en realidad fue un hombre de profunda vida interior y espiritual. Propagó el conocimiento y la veneración a los santos de la Orden.
Parece ser que el beato Cormier seguirá en este ánimo de oración durante todo el resto de su vida dentro de la comunidad dominicana; y esto se puede deducir sin muchas dudas debido a su forma de vivir el carisma dominicano, y más aún, su interés para que todos siguieran el ideal del padre fundador de la Orden de Predicadores, santo Domingo de Guzmán.
De esta forma, nos damos cuenta que toda la vida del beato Cormier estuvo impregnada de gran oración, que se dirigía fervientemente a Cristo, y a santo Domingo de Guzmán, pero siempre en los brazos de la santa Madre de nuestro Salvador Jesucristo, ante la cual ya en sus momentos de intensa enfermedad y que ni siquiera podía celebrar la Eucaristía -aunque fuese sentado-, lo único que le quedaba era pedir por lo menos que le ayudasen entonando la «Salve Regina», pues sabía muy bien a quien era que le estaba confiando todo su reposo y su descanso; Jacinto sabía perfectamente que había sido la Madre de Dios a quien se le había otorgado el cuidado de todos y cada uno de los frailes de la Orden de Domingo de Guzmán, lo que él mismo tendrá presente durante toda su vida y por lo cual es que no dejará pasar un solo día en el que no contemple los misterios de Cristo en el Santo Rosario.
Su norma fue evitar todo tipo de sectarismo en la Orden a la vez que impulsó el respeto de las individualidades y de las libertades. Falleció el 17 de diciembre de 1916 y está enterrado en el Convento Angelicum de Roma.